Incierta, inaudita, imprevisible. Así se presenta la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas, en la que con un suspense absoluto, 47 millones de electores deben elegir a los dos candidatos que el 7 de mayo se disputarán la jefatura del Estado en sustitución del impopular François Hollande. Por primera vez, cuatro aspirantes están en un pañuelo y todo es posible al término de una jornada electoral también anómala porque se celebra bajo extraordinarias medidas de seguridad tras el atentado en los Campos Elíseos el jueves, el último invitado en añadir incertidumbre y tensión.

Nada hasta ahora ha seguido el guion previsto: un presidente que no se presenta a la reelección para un segundo mandato, un legado que nadie defiende, unos candidatos votados en primarias -François Fillon en la derecha y Benoit Hamon en los socialistas- que no eran los que querían las direcciones de los partidos, y un gran desconocido hasta hace dos años -Emmanuel Macron- convertido en favorito.

Todo puede pasar, desde que la izquierda quede eliminada para la segunda vuelta -como en el 2002, cuando Lionel Jospin fue desbancado por Jean Marie Le Pen- a que ninguna de las familias -la republicana y la socialista- que se han alternado en el poder en la V República se mantenga en liza y, en la mayor de las transgresiones, los franceses deban elegir entre la extrema derecha que encarna Marine Le Pen y la extrema izquierda de Jean-Luc Mélenchon. Un escenario surrealista pero no imposible y que sería la victoria del voto de la ira y contra las élites, el mismo que dio el triunfo a los partidarios del brexit en el Reino Unido o a Donald Trump en EEUU.

INDECISOS Y ABSTENCIONISTAS / Los cuatro candidatos llegan a la cita con las urnas en una horquilla de seis puntos según los sondeos, con Macron en cabeza. Muy por detrás les sigue Hamon. Pero las encuestas recogen también un inédito nivel de indecisos -entre el 27% y el 28%- y un porcentaje similar de abstencionistas.

Indecisión que es mayor entre el electorado de izquierda, dividido entre Hamon -abandonado por la dirección del PS-, el insumiso Mélenchon y Macron,«ni de derechas ni de izquierdas». El fantasma de una segunda vuelta Fillon- Le Pen puede llevar a Macron a ser el gran beneficiado del voto progresista, a la vez que atraiga a conservadores en desacuerdo con la línea dura de Fillon, imputado además por desvío de fondos públicos.

Mucho menos volátil es el electorado de Le Pen, quien aspira a entrar en la segunda vuelta por la puerta grande, no como su padre en el 2002, que lo hizo por un puñado de votos. La historia, la geografía y la lógica electorales van en contra de su victoria, pero los tiempos han cambiado y con ellos la percepción de buena parte de los electores del Frente Nacional, al que Marine Le Pen ha dulcificado. «Le ha dado una imagen más atractiva, menos sexista, y sobre todo lo ha alejado de la línea roja del antisemitismo, pero es un cambio retórico porque las ideas son las mismas», dice Nonna Mayer, politóloga del Instituto Sciences Po.

Ideas que combinan la defensa de la ley y el orden con el rechazo a la inmigración y mano dura contra el terrorismo. Un discurso reactivado con el atentado de los Campos Elíseos, en el que murió un policía. El último mazazo en un país que suma más de 230 muertos en dos años y vive desde noviembre del 2015 bajo el estado de emergencia.

Los franceses votarán vigilados por 50.000 policías y 7.000 militares, azotados por el terrorismo que no cesa, castigados por una crisis económica que el quinquenio de un Hollande en el que pusieron esperanzas no ha reparado, perdidos en la división de la izquierda y espantados ante la corrupción de la derecha. La tormenta perfecta. Solo hay que ver dónde descargará.