El capellán de Priego Antonio Lozano Valenzuela redactó en 1793 un informe para el entonces geógrafo del Rey Carlos III, Tomás López, destinado a integrarse en su conocido Diccionario Geográfico, elaborado gracias a una red de informantes procedentes del clero secular. En ese informe hace una sugestiva descripción del balcón del Adarve, enclave de excepcional valor geológico de Priego de Córdoba, balcón natural que dio origen a la ciudad y que garantizó su defensa durante siglos.

Podemos disfrutar hoy día de un paisaje parecido al descrito a finales del siglo XVIII, paseando por el balcón del Adarve. Quizás los dos cambios más evidentes que notemos sean la red de carreteras que han sustituido los tradicionales caminos y la supremacía del olivar, que se ha adueñado de gran parte del terreno otrora ocupado por sembrados y viñas; pero las huertas siguen ahí, a la vera del río Salado, usando una red de acequias y unos sistemas no muy diferentes a los de hace más de 200 años.

El tajo del Adarve, de unos treinta metros de altura y unos doscientos de longitud, bordea por el norte el barrio de la Villa. Está recorrido por una barandilla de hierro con artísticos miradores y asientos, que parecen suspendidos en el vacío, y cuenta numerosas farolas de forja y viejas fuentes. Además de las huertas dispuestas al mismo pie del tajo, destacan las espléndidas vistas de la Sierra de los Judíos, con la aldea de la Concepción, la sierra del Albayate y Sierra Leones.

En el extremo oriental del balcón del Adarve está el Paseo de Colombia, un jardín decorado con fuentes y esculturas. Antes de llegar al mismo debemos descender por la calle El Velero, por bajo de los balcones empedrados de dicho paseo; y al momento coger un callejón que gira bruscamente a la izquierda, cambiando de dirección para descender hacia las huertas situadas al pie del El Adarve. El callejón se convierte en un sendero escoltado de barandillas de madera que discurre al pie del Tajo y da acceso a las frondosas huertas que se disponen a nuestra derecha, con abundantes cerezos y nogales en cuyas ramas cantan incansables currucas capirotadas y chochines. En el mismo borde del caminillo hay algarrobos, almeces y almendros. Podemos apreciar cómo la pared del Adarve aparece muy karstificada con morfologías características, como pequeñas oquedades, grietas, abrigos y cuevas. En primavera la pared rocosa se adorna con el color rosado de la valeriana mayor.

El sendero se convierte en camino antes de llegar al arco de San Bernardo por donde penetramos de nuevo en el casco antiguo, bordeando la huerta de las Infantas, conocida como Recreo de Castilla, jardín romántico cuya existencia está documentada desde mediados del siglo XVI.