Los miles de cordobeses, andaluces y gentes de toda la geografía española que pudieron disfrutar, merced a sus saberes y maestría de las maravillas de su tierra y aun de las de todo el ancho mundo, reciben estas horas con pesar la noticia triste de su muerte. Oftalmólogo de acrisolada reputación nacional, su figura constituyó un luminar profesional y humano en una Córdoba de singulares perfiles históricos y de sociedad muy contrastada y rica bajo los siempre superficiales acontecimientos de la política. Hombre de reciedumbre moral y convicciones de otros tiempos, ha sido quizá en la antigua ciudad califal el último representante del ejercicio de una medicina en el que la "técnica" y la burocracia nunca merecieron más atención que elementos ancilares al servicio invariable del cuidado personalizado de hombres y mujeres atenazados por el miedo y el dolor. Innovador y hasta avanzado en progresos y modernidades en una disciplina en vanguardia de la investigación y las inversiones de la industria farmacéutica, don Julián fue sin desmayo fiel a las lecciones y talante de las facultades de Medicina del tiempo de su mocedad y formación, en las que la diligente solicitud y la preocupación más viva por el paciente configuraban la cúspide del oficio más respetado por todas las generaciones cuya sucesión conforman la historia de la humanidad.

En otra ocasión y en estas mismas entrañables páginas para él y para el cronista, pergeñó el último una desmañada pero entusiasta semblanza del insigne oftalmólogo fallecido pocas horas antes de emborronarse, enlutado el corazón de su autor, los presentes renglones. En su honor, el articulista no quisiera repetirse, pese a que las almácigas de la gratitud pueden contener cantidad ilimitada de su materia. Como varón bíblico, la providencia --en la que creyó desde posiciones de adultez y lejos, muy lejos, de las convenciones de una sociedad provinciana-- le deparó una abundosa familia en sus tres hornadas más directas. En la primera y en la segunda acentuó su predilección con herederos y herederas exultantes y prestigiosos en su mismo --y difícil-- tajo hipocrático, a los que privilegió con el ejemplo de su probidad y elevado saber. Ojalá que en la tercera generación de su descendencia también se entroje una cosecha tan ópima de conocimientos y actitudes médicos, decantándose así una saga oftalmológica con sólo dos o tres precedentes en nuestro país.

Sin consejo alguno al trabajo de los mandatarios del pueblo en que naciera y por el que declaraba y profesaba con hechos indesmentibles una pasión ajena a su connatural moderación, sería deseable que ediles y vecindario de Palma del Río no desaprovechasen la luctuosa ocasión para dejar en piedra, a la manera de los romanos --su arquetipo humano e histórico-- la constancia de su reconocimiento a tan noble y, quizás, irrepetible figura. Si, contra todo pronóstico dada su atrofia cordial, la onda expansiva de tal gesto llegara a la antigua capital de Al-Andalus, célebre también por sus cumbres médicas, las cenizas de don Julián es muy probable que se estremeciesen.

JOSE MANUEL CUENCA TORIBIO