Ver un partido solo. Viernes ocho de la tarde. De pequeño, el viernes era mi día favorito porque aparecía inmenso el fin de semana y se acababa el colegio.

Doy un rodeo para evitar el puente; por el meandro es más fácil sortear a la gente. Puedo conseguir tres paquetes de pipas por un euro; los tenderos lo gritan sin parar, menos una muchacha demasiado joven acurrucada en su chaquetón y a la que parece no importarle vender más o menos. No compro pipas porque no sé parar de comerlas y además no tengo agua.

De adolescente el viernes también era mi día favorito. Compraba pipas y paseaba con mi novia, a la que solo veía viernes y sábados. Estábamos hasta las once de la noche, justo cuando pasaba el último autobús y volvía a casa sentado, porque a esa hora ya apenas se subía gente.

Cerca del estadio me cruzo con una pareja de 15 o 16 años besándose con la bufanda y el gorro puestos; me da nostalgia pero no envidia. Por primera vez en 18 años veo el fútbol en fondo norte. Me equivoco de puerta. El portero mira el carné y creo que va a hacer la estupidez de comprobar mi nombre. "Es por la dos". Ya he visto partidos en todas las partes del estadio: en la preferencia alta y baja, en la nueva y en la antigua; en las tribunas, anfiteatro, fondo sur alto y bajo. El norte. ¡Qué suerte poder cambiar tanto!

Ver el fútbol solo.

A las ocho y 39 se van los jugadores y el locutor ya ha dicho las alineaciones. Le cuesta el italiano, no le sale bien Piovaccari. No soy el único solo pero aquí todos hablan con todos mientras yo escribo por el móvil. A mi izquierda hay dos asientos libres; a mi derecha, uno. Un señor alza su bufanda pero no puede cantar porque sostiene el cigarro con la boca; la ceniza se alarga y el himno no acaba. Hay gente que se queda de pie. "¡Que estos son de pueblo!". Sigo escribiendo en el móvil cuando veo el balón delante del portero del Eibar. No me creo el gol. 9,8 segundos. Otro cigarro y me da la mano, pese a que no hemos hablado; los dos asientos de la izquierda se ocupan.

-- ¡Te lo has perdido! Ha sido el nuevo--. Aún no atinan con Andone. El asiento de mi derecha también se ocupa.

-- Se va a entonar Cartabia porque ya hay más de uno bueno. Ya no es un chulito.

-- Bebé tiene buena pinta.

-- El Madrid palma aquí.

-- Ese asiento está ocupado.

Me cambio a otro, mejor, menos humos. Solo veo cabezas, parece un campo inglés.

-- Yo aquí quiero ver a Kroos.

-- ¿Cómo puede cambiar un equipo tanto?--. Un aplauso al descanso, insólito.

Los viernes en la universidad también eran mi días favoritos porque se alargaban hasta el amanecer. Me encantaba volver a casa en autobuses vacíos.

-- Bebé volverá loco a Marcelo.

Las nueve y media. Un nene come doritos y me da envidia. A las nueve y media comenzaban las chicas a arreglarse mientras nosotros abríamos el botellón y patatas. Suenan los 40 principales en el descanso del partido.

-- Yo he metido aquí una litrona; ¡qué tiempos aquellos!

Ver el fútbol solo y no hablar con nadie, solo escuchar y reír. Campabadal tira sus guantes.

-- Necesitamos futbolistas de Primera.

Mala noche para Piovaccari. Lo expulsan y siguen sin decir bien su nombre.

-- Esto es como ponerle un pito a un mono--. Ahora al árbitro.

-- Quieren dejarnos limpios con el Madrid--. Ya se protesta todo.

Las diez en punto. Las diez era la hora del cine cuando no se salía. Un hombre se quita el abrigo. Al minuto se lo vuelve a poner. Gol del Eibar.

-- Estábamos con filigranas.

Diez y media. A punto de acabar, o la hora de empezar. Hoy me gustan los viernes porque suelen ser preludios de viaje. Nuevo aplauso al final.

Once de la noche. Ya no hay quien venda pipas. Trece autobuses salen repletos de gente. Solo unos cuantos privilegiados se pueden sentar.