El encontronazo se produce porque apenas hay luces en el puente.

No es domingo, no parece lunes. No hay muchos coches ni atasco. Un muchacho rubio con sudadera azul camina por el puente cabizbajo, ensimismado con la música que sale de sus auriculares. No se da cuenta de que otro le increpa por invadir el carril bici, le hace aspavientos y le grita. Le responde. Los dos llegan tarde al partido.

Minuto uno, aparca la bici. Minuto dos, se sienta en lo alto del fondo sur. Minuto trece, llega su compañero.

Ninguno de los dos sabe que han discutido, solo intentan adivinar quién es el jugador número 28 del Córdoba. Preguntan al de al lado, y el de al lado tampoco lo sabe, y este pregunta más a la derecha, a otro, y se empieza a especular, pero nadie acierta.

-- Vas a acabar la temporada sin aprenderte los nombres.

-- Es que todos son irrelevantes.

Menos uno. Ghilas marca. No me acordaba de lo que es un gol.

Los dos amigos descubren quién es el número 28.

El de la megafonía tiene que anunciarlo tres veces. Florin... Florin... Florin... Y a la tercera, por fin. ¡Andone! No me lo creo.

Hace frío.

El móvil no responde. Los autorretratos celebrando el segundo gol tendrán que esperar para ser enviados. Qué horror de instantaneidad, de publicar cada segundo de vida. Los amigos hablan y descubren su incidente en el carril bici. ¿En serio? ¿Tú? No pueden parar de reír. Siguen recordando el fin de año, la casa rural, la música, las colillas en el suelo, el sueño de alejarse de la ciudad. Sacan una servilleta del bolsillo del abrigo y leen. "Amigos como azucarillos que endulzan la noche se disuelven después y danzamos como hienas". Siguen riendo, disfrutando.

Cinco minutos antes de las diez el estadio canta olés.

-- Hoy me siento como en la época de Ito y Guzmán, que daba gusto venir al campo.

-- ¡Hola, fondo norte!

-- 20 años haciendo lo mismo.

Silencio. Negro absoluto. Ghilas se retuerce. Temor.

-- Se acaba la temporada.

Alivio. A Ghilas no le hace falta la camilla para retirarse. Entra Xisco y le pitan. Los primeros silbidos de la noche. Los últimos.

Hace más frío.

-- ¡Ya vienen los Reyes Magos, ya vienen los Reyes Magos!

Lo canta el estadio. Una vez, otra vez, tres veces. ¡Qué comodidad de partido! No me lo creo.

-- Pero ya no es igual que cuando éramos jóvenes.

Tarda en aparecer el himno al acabar el encuentro. La gente salta en la grada y los jugadores aplauden en el centro mientras Xisco va camino del vestuario, ajeno a la fiesta.

Hace mucho frío.

Los dos chicos continúan leyendo la servilleta. "Y acabar con mis amigos bebiéndome a tragos toda mi juventud". Se abrazan y saltan.

¡Sí se puede, sí se puede! Continúa el estadio con la algarabía.

Aún suena en el puente, donde un policía detiene a dos hileras de coches para dejar paso a un ciclista que camina tranquilo por la acera, sin luz, feliz.