Una de las muchas virtudes de la prudencia es la innecesaria búsqueda de argumentos más allá de este mundo. Calma, la Semana Santa acabó ayer y con ella sus recurrentes giros a la resurrección, la gloria y demás imágenes de redención cristiana. Y no solo lo digo por aquellos que hemos mantenido aquí, bien en este margen estrecho de opinión --gracias en parte a la riqueza interna de corrientes de opinión libres frente al pensamiento único-- o en las páginas dedicadas al Córdoba día tras día, semana tras semana, sino también intramuros El Arcángel; un vestuario azotado por el nerviosismo, unas veces, y el interés por la zozobra, en muchas otras, con especial fruición hacia su líder, Albert Ferrer, convertido en un pim-pam-pum desde su llegada. Pues ahí está el tío: sin sacar pecho, en la máxima distancia con el descenso y a tiro de partido del objetivo marcado por La Propiedad , como le bautizó uno. Uno que, precisamente, nunca dejó de creer. Y sin meter los dedos en el costado.