Quedan 15 jornadas para recuperar una relación que se ha vuelto complicada. Los síntomas parecen claros. Una crisis de manual. Un mal comportamiento del grupo (entrenador incluido y en un alto porcentaje en los últimos partidos), un golpe bajo del rival con la guardia descuidada, una pérdida de papeles, indiferencia, apatía, justificaciones... El Córdoba se comporta como ese adolescente inmaduro que rompe y vuelve sin aprender la lección y sin saber el camino. Ayer fue en Sevilla: 3-0 y ridículo. Antes el Celta, el Almería...

Salió a ver qué pasa en el Día de los Enamorados. Más a la defensiva que nunca. Otra vez con la misma torpeza de los últimos partidos a la primera sacudida. Muy endeble ante la adversidad. Perdido y sin la ayuda adecuada. Sin saber muy bien qué hacer. Otra apuesta distinta como punto de inicio (otro inoportuno cambio de sistema), mal resuelta, un gol por desatención y vuelta a empezar. Sin la valentía ni el atrevimiento necesarios para revertir la situación en el choque, en un ciclo ya de cinco partidos en caída libre que lo ha llevado a sumar un solo punto de quince y precipitarse a la cola.

El Córdoba da señales de ruptura. Aguanta con esfuerzo media hora si acaso y se descose impaciente al primer revés que sufre en el juego. Ni tan siquiera Miroslav Djukic parece saber qué hacer para cambiar esta dinámica dañina. Lo que valió a partir de Barcelona, aquel golpe de amor propio que le sirvió para salir del descenso en los primeros partidos del año del "cuchillo en boca", aquella ilusión a partir de que llegaran nuevos jugadores con nuevos bríos en el mercado de invierno, parece ahora demasiado lejos en el tiempo. La decepción se ha apoderado del grupo. Y también de buena parte del cordobesismo que se siente defraudado.

En medio de este desbarajuste solo quedan dos caminos. O dejarse llevar con más pruebas, más cambios de piezas, más reproches llegado el caso, más distancia entre el césped y la grada, entre unos y otros en la caseta y la separación, o poner remedio antes de que sea demasiado tarde y la distancia sea el descenso.

El plan inmediato es la autocrítica general. No vale con mirar solo a los jugadores, como ayer volvió a hacer el técnico serbio al acabar el partido en el Sánchez Pizjuán: eso de la falta de concentración, el miedo, las actuaciones individuales, bla, bla, bla. El grupo necesita contacto e involucrarse de nuevo en el objetivo que es la permanencia. Construir otra vez esa imagen sólida que le valió a primeros de año para hacer su mejor racha de la temporada y salir del descenso. Rehacer los lazos entre unos y otros, recobrar la ilusión de dentro hacia afuera. Poner soluciones y no reproches, ni justificaciones de enfrentarse a rivales "de otra Liga", como ayer señaló Djukic al acabar el partido con el Sevilla. Y menos aún después de que la afición se ilusionara ante el espejismo que parece ahora aquel partido en El Arcágel ante el Madrid que todo lo confunde. Pero que fue real.

La situación del equipo es complicada pero no imposible mientras que los números no digan lo contrario. Sin embargo, más allá de los planteamientos del técnico o qué jugadores empleé para revertirlo, lo único que debería ser innegociable es la intensidad, la actitud y las ganas de pelear por salvar la categoría.