Chico y chica van al fútbol. Sube la persiana, se cuela el sol por la persiana y le da en la cara, adormilada. Apenas hay muebles en la casa, aún huele a madera recién estrenada. Abre un ojo. Qué buen día, chico. Cuesta desayunar sin cubiertos, cortar el pan con unas tijeras. Chica mira el móvil: Un minuto para que llegue el autobús. Baja corriendo y lo coge, pero se le olvidan las gafas, y no puede ir al fútbol sin gafas. Chico ve la funda y la echa en su bolsillo. Se lanza con la bici y como ha visto el sol por la ventana deja el gorro en el armario. Se arrepiente, pero no vuelve a subir. Ni chico ni chica llevan bufanda. En Gran Capitán se cruzan, pero el autobús da un rodeo y él va recto. Chico llega antes al estadio.

Ella lleva años sin ir.

Volver a empezar.

La primera vez fue hace cuatro años, contra el Girona, también era invierno, de final de enero, también hacía frío y ella pedía calefactores. Chico y chica suben al anfiteatro y se colocan en la segunda fila, en un lateral. A ella le gusta el color de la camiseta del Almería. 45 minutos de sol.

Esto no pasaba en Segunda.

Chica se sorprende de tanta bufanda en el inicio y no da un duro por Fede Cartabia. ¿Cómo va a ser gol con el pedazo de barrera que hay?

Chica se tapa los ojos con las dos manos y agacha la cabeza, casi hasta las rodillas, y ni celebra el gol, tanta vergüenza le da su comentario. A su lado hay un muchacho que le golpea el brazo sin conocerla de nada. ¡Golazo, golazo! Mejor desviar la mirada al banquillo del Almería. Parece más un capataz que un entrenador, dice señalando a Juan Ignacio Martínez.

Venden bocadillos de flamenquín. Hay una buena oferta, cuatro por cinco euros. Los niños del equipo infantil del Córdoba ni siquiera esperan al descanso. Uno de ellos añade jamón y un sobre de ketchup, que esparce minuciosamente en el pan. Los niños saltan con todo.

El sol deslumbra a Bebé y no salta. Usa su mano de visera y se queda quieto, deja pasar el balón, pero con 1--0 se perdona.

El sol solo alumbra las dos primeras filas del anfiteatro. Hay estampida hacia la primera, una multitud se apoya en la barandilla. Chico y chica se cambian de sitio, más a la izquierda. En la primera fila ven peor pero tienen más minutos de sol.

Nuevo vecino.

Un padre habla con su hijo pequeño: Nacho, es súper importante ganar, porque si no ganáramos y no hubiera más partidos, bajaríamos a Segunda. No se notan los goles del Almería. Como no hay música ni megafonía ni gente de fuera...

¿Ven el partido de pie?, se extraña chica con los del fondo. ¿No es muy mayor ese?, señala a Soriano. ¡Vete al asilo!, le gritan. Ni los de casa se libran. Abel, ojo que va a entrar el revulsivo.

Estoy helada, chico.

Chico y chica tienen las piernas cruzadas, ya no llegan al sol, solo sombra, y en la sombra los pies tiritan. Se quedan por no moverse, se mueven para tocarse. Los que se van despotrican del segundo tiempo. Nadie mira a Ghilas, en cuclillas, ni a Bebé, tirado en el césped, solo murmullos y mala leche.

A la salida hay un estanque. Un pajarillo salta entre latas de coca cola buscando comida. Chico y chica se quedan embobados mirándolo. Los dos vuelven a tener el sol en la cara.