Un escritor importante se convierte en ese centro donde confluyen tradiciones y relatos, voces e ideas, inquietudes y preguntas, y su legado ofrece el carácter explícito de unos documentos que proporcionan la posibilidad de acercarnos a la revelación del milagro de su obra. En Juan Rulfo prevalece la brevedad si contabilizamos el cuento La vida no es muy seria en sus cosas (1945); El Llano en llamas (1953); la novela Pedro Páramo (1955); la colección El gallo de oro (1980), reeditado como El gallo de oro y otros relatos (Editorial RM, 2017); Los cuadernos de Juan Rulfo, presentado por Clara Aparicio de Rulfo (Era, 1994); Aire de las colinas. Cartas a Clara, prólogo, edición y notas de Alberto Vital (Debate, 2000), y Tríptico para Juan Rulfo: Poesía/Fotografía/Crítica (Colección de sus fotografías, su poesía y varios artículos sobre estos temas), coordinado por Víctor Jiménez, Alberto Vital y Jorge Zepeda (Editorial RM, 2006).

Luis Harss calificaba a Rulfo de «hombre torvo, enjuto y trémulo, que nació el 16 de mayo de 1917 en una tierra dura y escarpada: el estado de Jalisco, a unos quinientos kilómetros, a vuelo de pájaro, de la ciudad de México (...). La vida en las tierras bajas ha sido siempre austera. Es una zona deprimida que azotan las sequías y los incendios (...). Es una población constituida principalmente por criollos huraños y lacónicos (...) están acostumbrados a trabajar diez veces más que el campesino de la región central para producir lo mismo (...). La breve y brillante carrera de Rulfo -afirma Harss- ha sido uno de los milagros de nuestra literatura (...). Escribe sobre lo que conoce y siente, con la sencilla pasión del hombre de la tierra en contacto inmediato y profundo con las cosas elementales: el amor, la muerte, la esperanza, el hambre, la violencia (...)».

El cuento y la revolución

El nuevo cuento de la Revolución se aleja de los modelos heredados del realismo y del modernismo, los relatos de Gutiérrez Nájera, Nervo o Urbina resultan afrancesados, de ambiente refinado y aristocrático, esteticismo que elude los problemas sociales, aunque algunos costumbristas escriben contra las injusticias cometidas durante la época de Díaz: Manuel José Othon, Alejandro Cuevas o Ismael Vélez. Mariano Azuela protesta, en sus primeros cuentos, contra los explotadores del pueblo, los políticos o el clero. La transición del cuento realista/modernista al experimentado en la Revolución fue lenta, pasarán años antes de que el escritor perciba su valor como instrumento en la lucha de ideas. Ricardo Flores Magón fue uno de los primeros, y luego López Ituarte, Martínez Lázzeri o Alfredo Aragón; en Azuela sobresale la idea de forjar nuevos modelos para el cuento mexicano, y el interés por esta novedad surge a partir de 1928 aunque hacia 1940 decae, pero, en los años de esplendor, periódicos, revistas y colecciones dominan el panorama editorial. La lista de autores resulta interminable: Rafael F. Muñoz, Martín Luis Guzmán, Cipriano Campos Alatorre, Eliseo Torres, José Revueltas y Juan Rulfo.

Rulfo cuentista

Los primeros cuentos de Juan Rulfo aparecen en las revistas América (México D. F.) y Pan (Guadalajara). En 1953 el autor recoge diecisiete cuentos en un volumen, El llano en llamas, incluye algunos inéditos y a los siete publicados añade ocho más para la primera edición, y otros dos hasta el total de diecisiete para la definitiva. La crítica señala que Rulfo da preferencia a los ambientes magicorrealistas, crea la ilusión de que los acontecimientos narrados se desarrollan en escenarios fantasmales. El conflicto entre personajes, o el personaje y su medio, gira en torno a lo trágico, y sus historias ambientadas y desarrolladas en lugares innominados le otorgan mayor intensidad al elemento irreal propuesto, siempre que se muestre equilibrada esa irrealidad y lo fantasmal. El hombre, según Rulfo, se encuentra en constante lucha: si el escenario es rural, el medio ambiente le resulta hostil, si se trata de una aldea, es primitivo o quimérico. Ese hombre acepta callado, sin apenas protestar, con resignación fatalista las duras condiciones impuestas por la vida.

Lo que distingue a Rulfo de los cuentistas de la generación anterior es la técnica empleada, prefiere la primera persona, el narrador es un testigo de los hechos, finge contar la historia a alguien que escucha y el lector intuye el resto a través de lo hablado. Maquilla sus historias trágicas con un estilo sumamente terso, reflejo de ese sustrato popular que le otorga una dimensión artística. Con sus cuentos se cierra un ciclo en la narrativa breve en México y se abre otro que las generaciones posteriores traducirán en nuevas muestras de buen quehacer. La estética de estos relatos configura la personalidad narrativa de Rulfo, tanto en su sentido puramente formal como en toda la serie literaria en que se inscribirá el escritor. La crítica ha trazado una trayectoria del cuento mejicano de los años treinta y cuarenta que llevan hasta el escritor de Jalisco, en cuya trayectoria la tesis y la antítesis están representadas por un cuento realista-costumbrista y modernista-cosmopolita, ambos síntesis de unas narraciones depuradas de lo anecdótico, técnicamente innovadoras y una impronta lírica en algunos de sus fragmentos. Otra de las características que recorre sus cuentos es el procedimiento de un habla interior, en ocasiones monótono, ampliado en su única novela, Pedro Páramo (1955), que nos ofrece esa visión de la realidad de la vida mexicana del campo, donde nada parece ocurrir y cuando sucede una ley mecánica, que proviene de la costumbre misma, desencadena un estallido de violencia, personal o social. El protagonista, Juan Preciado, busca a su padre, Pedro Páramo, en el pueblo de Comala, un lugar vacío, misterioso, sin vida. Allí, el joven descubrirá que toda la gente se llama Páramo, que muchos de ellos son sus propios hermanos, y que Pedro Páramo está muerto. El resto del argumento convierte a la novela en misteriosa y fantástica, cuya atmósfera envuelve al lector, lo transporta a un territorio mágico de sorprendentes ramificaciones.

Biografía

La mítica ciudad de Comala sirve de escenario para la novela y algunos cuentos de Juan Rulfo. Su paisaje es siempre idéntico, una inmensa llanura donde nunca llueve, valles abrasados, lejanas montañas y aldeas habitadas por gente solitaria. Es fácil reconocer en esta descripción las características de Sayula, pequeño pueblo del Estado de Jalisco donde el 16 de mayo de 1918 nació el niño que se haría famoso en el mundo de las letras. Su nombre completo era Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno.

Juan Rulfo dividió su infancia entre su pueblo natal y San Gabriel, donde realizó sus primeros estudios y vivió hasta los diez años, en compañía de su abuela, para ingresar luego en un orfanato donde permaneció cuatro años más. La rebelión de los cristeros fue determinante en el despertar de su vocación literaria, pues el sacerdote del pueblo, con el deseo de preservar la biblioteca parroquial, la confió a la abuela del niño. Rulfo tuvo a su alcance, apenas con ocho años, todos aquellos libros que no tardaron en llenar sus ratos de ocio. A los dieciséis intentó ingresar en la Universidad de Guadalajara, pero no pudo porque los estudiantes mantenían una interminable huelga que se prolongó a lo largo de año y medio. En Guadalajara publicó sus primeros textos en la revista Pan, que dirigía Juan José Arreola. Poco después se instaló en México D. F., ciudad que, con algunos intervalos, iba a convertirse en su lugar de residencia y donde, el 7 de enero de 1986, le sorprendería la muerte.

A Juan Rulfo le bastaron un libro de cuentos y una novela para ocupar un lugar de privilegio dentro de las letras hispanoamericanas: El llano en llamas (1953) y Pedro Páramo (1955).