NACE EN BILBAO (1936).

TRAYECTORIA TITULADA EN PIANO, ES CATEDRATICA DE INSTITUTO Y EXPROFESORA DE LA CATEDRA INTERGENERACIONAL.

Lleva dos años sin dar clases, y eso, transmitir su pasión por la música, que es lo que siempre ha hecho, enseñar a los alumnos a interpretar los sonidos más allá de la técnica, es "lo que me está costando más aceptar", reconoce, tras haber abandonado forzada por los años y tres operaciones seguidas la Cátedra Intergeneracional, a la que ha vivido entregada. Pero Pilar García Entrecanales, entusiasta hasta la médula, parlanchina y optimista --aunque la emoción humedezca a veces sus hermosos ojos verdes--, no es mujer que se rinda fácilmente. De modo que ahora aprovecha el tiempo libre, además de para cuidar a los nietos, trabajando en los preconciertos de la Orquesta de Córdoba, como cuando impartía enseñanzas de 'Cómo escuchar música', que era el epígrafe que puso a su asignatura. "Ese cómo, ese esfuerzo que hacían por preparar el concierto --afirma con vehemente voz, que por su perfecta modulación castellana suena como de locutora-- les permitía un disfrute enorme".

Y es que para esta madrileña nacida en Bilbao casi por azar, que nunca hubiera sospechado en su juventud que acabaría sus días en Córdoba --donde se instaló hace más de medio siglo--, el conocimiento ha sido y sigue siendo fuente de placer. Por eso vive rodeada de libros escritos en varios idiomas, algunos adquiridos para ella por su marido, el ingeniero Luis Valverde, figura importante de la pretransición en la ciudad, quien 35 años después de muerto sigue siendo el motor de su existencia. Muchos de esos volúmenes, junto a fotos familiares y un piano que, a pesar de tener estudios superiores de este instrumento Pilar solo ha querido tocar en reuniones íntimas, lucen en el salón de su casa del Brillante, un chalet diseñado por Juan Cuenca que mezcla la funcionalidad con el alarde arquitectónico de espacios y volúmenes, muy al gusto del Equipo 57. Y de su propietaria, una dama de formación clásica y espíritu de vanguardia.

--Sería muy distinto dar clase en la Cátedra Intergeneracional, con alumnos maduros y motivados, a hacerlo en los institutos Averroes y López Neyra, con jóvenes a veces díscolos.

--Nunca he tenido problemas con los alumnos, jamás. Estuve décadas con chicos de Bachiller (no me han gustado los pequeños, porque necesito reclamar la inteligencia y apelar a las emociones del alumno). Lo que hacía era dirigirme a ellos con exquisita educación. Todos me respondían. Pero lo de la cátedra de los mayores, con más alumnas que alumnos y muchas personas importantes, ha sido una maravilla. Con los chicos procuraba acercarme a través del pop y lo que ellos bailaban, pero la música clásica les venía ancha, por eso el tener ante mí a amantes de la música ha sido un regalo. Basta escuchar la música para amarla, no hay que saber solfeo. En uno de los viajes a América que hice a través del programa Preshco descubrí la importancia que tenía para ellos lo que se llama "apreciación musical".

--Y usted la importó a Córdoba.

--Sí, en 1980, al año siguiente de morir mi marido, la Caja Provincial, entonces presidida por Alfonso Castilla, me encargó un ciclo en torno a cómo escuchar la música para disfrutarla más, y eso me abrió Córdoba. Luego el Conservatorio hizo cosas parecidas y se empezó a animar el ambiente.

--¿Dio usted también clases en el Conservatorio?

--No, se me llamó, pero me ofrecían dar solfeo y a mí no me gusta. Di un año clase en la Normal de Magisterio, y no me renovaron el contrato porque decían que había introducido demasiadas novedades. Y, Dios mío, lo único que hice fue hacerme acompañar por un alumno de expresión corporal de la Escuela de Danza. Los compañeros me apoyaron pero yo quería disfrutar, no crear problemas a nadie. Y no volví.

--¿Ya de niña tenía esa pasión por la música?

--No fui niña prodigio, pero con cinco años tocaba al piano todas las canciones que escuchaba en la radio y en el gramófono de casa. Vivíamos en el barrio de Salamanca de Madrid, aunque nací en Bilbao, de donde eran mis padres. Hacíamos unos veraneos larguísimos, de casi cuatro meses, en Alava, pero al final había que rendir tributo a la abuela y a las tías en Bilbao, y en una de esas visitas nací yo. Luego vivimos tres años en Zaragoza, hasta que nos asentamos en Madrid.

Su padre, Cristino García Alfonso, era catedrático de Veterinaria en la Universidad Complutense, de cuya facultad fue decano, y mantenía con Córdoba hilos profesionales que Pilar García Entrecanales, intensa en todo pero especialmente en los sentimientos, recuerda con sonrisa nostálgica. "Mi padre vino a la inauguración de la Veterinaria, y los primeros profesores habían sido alumnos suyos --recuerda--. Me emociona pensar que la Cátedra Intergeneracional lleva el nombre de Francisco Santisteban, que fue alumno de mi padre, aunque él no vivió para verlo".

--¿Apoyaron sus padres que estudiara música?

--Sí, pero no estudié música en el Conservatorio de Madrid, sino en el colegio donde hice el Bachiller, en la Compañía de Santa Teresa de Jesús. Tenía fama porque todas las profesoras, monjas, eran licenciadas universitarias y eso era raro en aquellos años. Exigían mucho en los estudios. El piano me lo enseñaron ellas, y creo que por eso no he seguido tocándolo.

--¿Por qué? ¿Tan mal recuerdo le dejaron?

--No, es que me enseñaron mal. Hice todos mis estudios de piano, once años, en los recreos del colegio para no interferir las otras clases, fue la condición que me pusieron las monjas. No consiguieron quitarme el pánico a tocar en público, no estaban preparadas para eso. Me obligaban a tocar en las funciones de final de curso y yo no he sufrido más en mi vida. Me examinaba en el Conservatorio y tenía prohibido a mi familia asistir al examen. Solo tocaba en las fiestas familiares; en casa, de broma, a mis dos hermanas y a mí nos llamaban las General Electric, por la G de García y la E de Entrecanales. Bueno, también a Luis Valverde, de novios, le tocaba a Bach, pero porque me lo pedía con insistencia. Nos casamos en 1959.

--Siendo él cordobés, imagino que se conocerían cuando estudiaba para ingeniero industrial en Madrid, ¿no?

--Sí, y te lo cuento encantada, porque la persona que más ha influido en mi vida ha sido Luis Valverde, a él le debo todo. Era nueve años mayor que yo, que lo conocí con 13 años y me gustó desde el primer momento, era guapísimo, se parecía a Jorge Negrete. Del barrio de Salamanca nos mudamos a la Ciudad Universitaria, a unos bloques fantásticos para catedráticos que construyeron en La Moncloa y que los chicos llamaban avisperos, porque hay bichos que pican --ríe--. Luis estaba en la residencia de al lado, la Loyola, que no tenía campo de fútbol, y se venía a las residencias de profesores. Yo le veía pasar pero no me hacía ningún caso. Era una cría que inventaba juegos para las hermanas y amigos entre restos de las antiguas trincheras de la guerra. Pero pasó el tiempo, le invitaba a mis guateques, y se acabó fijando en mí.

--Es curioso que siempre se refiera a su esposo con nombre y apellido.

--Sí, me lo comentan muchos. Debe ser porque en la familia había otros luises, para distinguirlo de otros.

--¿Cómo era su marido?

--No era un hombre corriente. Era de Priego, hijo de don José Tomás Valverde, el alcalde monárquico que tanto polemizó con su paisano Niceto Alcalá Zamora, aunque según mi suegro escribió en Las memorias de un alcalde , se respetaban muchísimo, ambos eran dos políticos de los que ya no existen. Bueno, pues mi padre, entonces director general de Ganadería, vino a Priego a inaugurar una granja de karacul, las ovejitas con cuya piel se hacen los abrigos de astracán, y mi madre y yo le acompañamos. A mis padres no les hacía gracia nuestra relación. ¿Has visto la película Ocho apellidos vascos ? Pues eso, los dos de Bilbao y anormales. Ya sabes eso que dicen por allí, qué humilde es Dios que nació en Belén cuando pudo escoger Bilbao.

--Pero al final cedieron.

--Claro. Luis Valverde me esperó en Priego, me presentó a su padre y su hermano, y de vuelta a Madrid me pidió que fuera su novia, yo con 16 años. Me ayudó a preparar la Reválida, y cuando acabé la carrera dije que adiós al piano. Pero él me convenció de que podía hacer muchas más cosas que tocar en público. Era un técnico pero sabía de música más que yo. Programó mi vida, intuyó en mí cosas que yo desconocía. Me animó a estudiar, ya nacidos nuestros tres hijos, Filología Hispánica, que saqué con premio a la mejor certificación académica. Aunque ya antes había aprendido muchísimo gracias a él. Se recorría el mundo y me traía siempre libros de apreciación musical.

Pero eso fue después, cuando ya instalados en Córdoba tras casarse en Madrid, su marido hacía frecuentes viajes por imperativos de su cargo en las Electromecánicas. "Teníamos claro que encontraría trabajo en Córdoba, donde también estaba Cenemesa, y que nos instalaríamos aquí", cuenta Pilar riendo al apuntar que su marido era tan previsor que, para que fuera haciéndose una idea de con lo que se iba a topar en estos parajes del Sur, le dio a leer La feria de los discretos . "Me dijo: 'Esa es la Córdoba que te vas a encontrar, no ha cambiado'. Y es que él pensaba que seguía igual de cerrada que como la vio Baroja".

--¿Y a usted qué impresión le causó la ciudad?

--Era una ciudad muy pueblerina, muy alejada del ambiente intelectual que frecuentábamos en Madrid. No se me olvida que yo conducía un Seiscientos y me señalaban con el dedo, sobre todo las mujeres. Y en las reuniones, como me aburría de hablar con las señoras de niños, trapos y muchachas, me iba con los hombres, y eso estaba mal visto. De todas formas, para que no me asustara, mi marido me dijo que nuestra vida sería la que creáramos nosotros a nuestro alrededor con nuestros amigos.

--¿Había propuestas musicales en aquella Córdoba de los sesenta?

--Sí, en el Círculo de la Amistad estaba la Sociedad de Conciertos, a la que nos apuntamos. Tuvimos magníficos conciertos y magníficos solistas. Allí encontramos muchos amigos.

--De vivir en una zona noble de Madrid pasó a un barrio obrero de Córdoba, el de las Electromecánicas, 'la Letro', como la llamaban popularmente. ¿Le costó adaptarse?

--No, y eso que al principio no nos dieron casa en la zona que nos correspondía, la de los ingenieros (había otra para administrativos y otra para obreros) porque no quedaba ningún chalet libre. Vivimos un tiempo en una casita junto a la iglesia, con mucha humedad, pero nosotros estábamos en la gloria. Eso fue lo mejor que pudimos hacer para la vida de Luis en la fábrica, porque aunque venía de una familia monárquica era hombre de izquierdas y fue muy activo en los años de la clandestinidad. Y yo de acuerdo con él en todo, plenamente convencida. Por cierto, que en las primeras elecciones democráticas me tocó presidir una mesa en Las Electromecánicas, donde los biempensantes creían que iba a haber follones. Pero no los hubo.

--Su marido participó en la creación del Círculo Juan XXIII, reducto de libertades en los peores años del franquismo. ¿Cómo recuerda aquello?

--Mi marido fue el primer presidente. Lo impulsó junto a Rafael Sarazá, José Aumente, Povedano y otros que no recuerdo. En realidad no recuerdo mucho de todo aquello. Antes de tener la sede de la calle Romero Barros, algunas reuniones las teníamos en la ermita de la Alegría.

--¿De qué forma participaba usted en aquellas reuniones?

--Me encargaba de traducir del francés y el inglés las publicaciones que nos llegaban de fuera. Leíamos mucho Le Monde . Allí fue donde empecé a dar públicamente mis charlas musicales, animada naturalmente por Luis. Ya venía haciéndolo en Las Teresianas, donde fui profesora durante diez años.

La muerte del marido en 1979 le cambió la vida en casi todos los aspectos. Uno de ellos fue el laboral, pues para sacar adelante a sus tres hijos se vio obligada a dejar la enseñanza privada y pasar a la pública, mejor remunerada. "Como siempre, Luis se anticipó a lo que pudiera pasar y, ya enfermo --recuerda-- me dijo que tenía que prepararme unas oposiciones a instituto, que saqué, por lo que pude trabajar en el Averroes, y luego en el López Neyra".

--La viudedad le supuso también cambiar de domicilio. ¿Es que se vio obligada a dejar 'la Letro'?

--Nos echaban. Cuando los mandamases empezaron a vender la fábrica los ingenieros quisieron comprar sus casas, lo mismo que hicieron los obreros y los administrativos, pero contaban con que esos terrenos se revalorizaran mucho y no pudo ser. Nosotros habíamos comprado este terreno, cercano a los de amigos como Balbino, Salvador Linares, José Manuel Retenaga, que tanto me ha ayudado en la Cátedra de mayores, y Alfonso Castilla --pensábamos hacer una especie de kibutz como en Israel, con servicios compartidos, que no cuajó--. Tuve la suerte de que en el año que me dieron para ir a la santa calle Juan Cuenca me hiciera por muy poco dinero esta casa.

--¿No se planteó en ningún momento dejar Córdoba?

--Mis padres me insistieron, pero tuve mucha ayuda de los amigos. ¿Dónde iba a estar yo mejor? He tenido una vida muy feliz, mis 20 años con Luis Valverde me compensan de todo. Y nunca he dejado de tener proyectos de futuro.

--¿Cuál es el próximo?

--Pues un libro. Quiero llevar a un libro eso que he estado contando toda la vida sobre cómo escuchar música.