Querido maestro: el pasado lunes, la víspera de su centenario, estuve en Córdoba, físicamente digo, porque siempre la llevo dentro, en la masa de la sangre. El día 3 de julio, maestro, hablamos mucho de usted y con todo el sentimiento, el respeto y el cariño del mundo. Me gustó mucho hacerlo, maestro Manuel, no sabe cuánto. Hasta me vestí con mi ya viejo uniforme de reportero en expectativa de destino. Lo hice, cansado, por lo mucho que he vivido, pero lo hice agradecido porque de mí se acordaran en un momento tan serio. Hablar en Córdoba, compartir una tertulia, es una cosa muy grande, y no es fácil, creáme usted, el hacerlo. Además, yo no tuve la suerte de conocerle, de darle la mano fuerte, de «a ver si se me pega algo» que buena falta que me hace porque es lo único que mantengo, mi ansia por saber más.

Así que lo hice, en la cálida noche de esa Córdoba por la que paso cada semana, una vez como poco, y donde siempre quiero quedarme, pero la verdad, nunca puedo. Cumplía usted ya 100 años y parece usted, don Manuel, ni más ni menos que aquel torerillo de niño que empezó en el barrio de Santa Marina, solo, toreando al viento. Estaba media Córdoba en el ruedo de la Fundación Cajasol, la Córdoba seria y profunda, cabezas blancas, artistas, artesanos, viejos toreros. Se me está convirtiendo el domingo en una plaza en silencio. Hablamos todos. De director de lidia, alguien que tiene un nombre torero: el periodista Rafael de la Haba, elegante, justo, serio, de muñeca azul, que supo capotear el toro de la palabra y el tiempo. Y en cartel, además de un servidor, el matador José María Montilla, el crítico Rafael Sánchez, el subdelegado del Gobierno, Juan José Primo Jurado, y Francisco Gordón, comisionado del centenario de Manolete. De lo que pasó así ya lo contó el periódico al día siguiente en una edición acompañada de un excepcional documento sobre Manolete que ya guardo entre mis tesoros.

Hablamos todos. Y yo que hablé por los codos dije no todo lo que sabía, pero sin moverle de su trono, sin ponerle zancadillas a su pasado, maestro. Tal vez dije alguna cosa de la que no me arrepiento. Aunque al final, después de la noche hermosa, Mercedes Valverde, la directora de los museos municipales, me dijo: «Ya me contarás lo de las sabanas de seda negra que gustaban al torero».

Maestro, quiero decirle que además del lunes, el martes hablé para varias emisoras de radio, y el miércoles en el programa que presenta Juan y Medio. El jueves lo hice para el documento de cine que están haciendo. Una serie, creo, de tu vida, pero también de tu muerte, a la que según dice la copla, casi llegaste ya muerto.

Pero estás más vivo que nunca. CÓRDOBA te ha puesto de pie -más que de mármol, que de mármol te tenía-, solemne y derecho, como en tus mejores tardes, que nadie ha mejorado, aunque muchos, y muy buenos, lo quisieron.

Maestro, al final, me vine de lleno con un libro de Primo Jurado sobre la Córdoba de su tiempo. Me lo leí de un tirón, en el tren de vuelta. Un libro hermoso, sin duda, aunque le falta la dedicatoria del autor. Es otra edición de Almuzara, más cordobesa que nunca, con esa foto elegante, de usted don Manuel Rodríguez, vestido de calle y con ese par de zapatos como entonces se llevaba en el verano, el calzado blanco y negro.

En fin, que hoy que es domingo, maestro Manolete, le cuento que soy torero, toreo incluso a mis años, más de veinte llevo, domingo a domingo, arrimándome al papel, maestro, con la ingle hacia adelante y este traje de faena manchado de salmorejo.

Me hubiera gustado ver esa noche al otro Manuel, al quinto califa, pero no estaba en el albero. Le perdoné por que sé que está toreando el toro de la memoria con dignidad y en silencio. En fin, don Manuel, ya sabe que hoy, domingo de verano que a poco se lo lleva el viento, le brindo dentro de esta carta urgente mi admiración. Que si miro hacia lo alto, entre dos damas le veo. De un lado, no importa cuál, Lupe Sino, que está orgullosa en su sitio, y en el otro doña Angustias Sánchez, su madre, siempre de negro. Aquella que un día me dijo cosas que bien que recuerdo. Las dos están de perfil, y usted, igual, como siempre, dando la cara, incluso hasta le veo sonriendo. Córdoba le quiere mucho. Córdoba tierra de buenos toreros. Montilla estuvo a mi lado, solemne, seguro, cierto. Y también en el ambiente José Luis de Córdoba, el periodista que más sabía de usted. Fue una noche inolvidable, maestro.