En mi obra, Villa del Río, mi pueblo vierto, con la mayor fidelidad, cómo fueron aquellos difíciles años de infancia en la vida de un pueblo, pero es justo extrapolar el recuerdo a la memoria histórica de nuestro vivir en esta nuestra tierra Andalucía, por aquello de que solo sabiendo de dónde venimos podemos saber y valorar dónde estamos y, sobre todo, hacia dónde vamos. Y venimos de una abatida Andalucía donde las cuadras eran habilitadas para escuelas, donde los enfermos en hospitales, ocupaban, a veces, dos por cama. Venimos de una Andalucía dónde pueblos y aldeas, sin luz, sin agua, muchos de ellos, sin medios de transporte, etc. sobrevivían con resignación, por un lado e ingenua creatividad, tan característica de los andaluces, por otro. Venimos de una Andalucía donde las mujeres, en una gran mayoría, sin haber saboreado el bullicio, los juegos de un recreo, de una escuela, de sol a sol, en los estíos y con manos ensangrentadas, en los inviernos, arañaban la tierra de nuestros campos, al tiempo que, anónimas e ignoradas, atendían a la familia, a los enfermos a los mayores. Venimos de una Andalucía deprimida, acomplejada, pobre: escuelas, transportes, servicios, niños, sanidad, etcétera. Tristes páginas que son ya historia, pero los andaluces seguimos pidiendo trabajo, «tierra» y libertad, pedimos y reivindicamos que se revoquen impuestos que ahogan nuestra total legitimidad, queremos que nuestros niños no vuelvan a pasar hambre y nuestros mayores fríos, queremos que nuestros gobernantes, ante todo, sean hombres y mujeres de luz que a los andaluces, cuerpo y alma de hombres les den, olvidados de alturas y mirando a esta tierra que vio nacer a nuestros hijos, exiliados, hoy, muchos, buscando tierra y libertad.

* Maestra y escritora