Apenas un leve pestañeo, a veces la mirada perdida y siempre esa especie de máscara, esa especie de careta inalterable, fría e insensible, de ojos extremadamente abiertos, de inquietante fijeza. La lectura del veredicto es como si no fuera con él. Ni un gesto al considerarlo culpable de la muerte de sus hijos, ni una mueca al asegurar el jurado que colocó los cuerpos en la hoguera no se sabe si aún vivos o muertos, ni un cerrar de ojos al escuchar que no paró de arrimar leña y gasoil hasta que los vio calcinarse. Esta vez no hubo sonrisa como otros días de juicio, pero tampoco se le vio la pena. Nada exteriorizó. Rígido, imperturbable, sereno. Así escuchó José Bretón el veredicto.

Unos metros más allá, esta vez si mamparas de por medio como ocurriera el día de su declaración, su exmujer, la madre de los niños. Sentada en la tercera banca de la sala junto a la abuela Obdulia, su tía Fali y su hermano Estanislao, Ruth Ortiz siguió cada palabra del portavoz del jurado con entereza.

"Prevaliéndose de su condición de padre y de su mayor fortaleza física, confianza de los niños y autoridad sobre ellos, acabó con la vida de sus hijos Ruth y José Bretón", escuchó. En ese punto, la madre --dicen que acudió a la sala aconsejada por las psicólogas para marcar un antes y un después, para cerrar una dura etapa-- miró al techo y contuvo las primeras lágrimas que brotaban en sus ojos. Y cuando el magistrado declaró el "visto para sentencia", custodiada por numerosos policías de uniforme y paisano que habían servido también de pantalla para que Bretón no pudiera cruzar ni una mirada con ella, Ruth abandonó la sala para terminar derrumbada en brazos de sus familiares ya en un pasillo anexo. El llanto fue desolador para quienes lo presenciaron. Una madre desgarrada, un cuadro estremecedor.

Con la emoción a flor de piel, decenas de personas aplaudieron más tarde su salida de la Audiencia. Fue una ovación cariñosa, de apoyo sincero. "Sí se puede", corearon mientras subía a una furgoneta junto a su familia y su hermano Estanislao levantaba el brazo en gesto de amargo triunfo y agradecimiento. Una despedida que también se mereció el jurado, largamente aplaudido por los ciudadanos concentrados a su salida. Atrás quedaban para ellos 72 horas de encierro en las que, a la vista del veredicto y sus motivaciones, no escatimaron esfuerzos para fundamentar su decisión buceando en las numerosísimas pruebas testificales, periciales y documentales puestas en sus manos. Una labor concienzuda la suya. Un trabajo que da prestigio a la institución del jurado popular.

La salida de Bretón en un furgón camino de la cárcel fue bien distinta. "Asesino", le gritaron al tiempo que reclamaban para él "cadena perpetua" y "que se lo entreguen al pueblo". Pero la justicia popular ya se había hecho, y con mayúsculas. La del jurado, que habló alto, claro y por unanimidad en todos y cada uno de los puntos del veredicto.