Bob Dylan

Lugar: Teatro de la Axerquía

Bob Dylan (Duluth, 1941) envejece en botas de buen vino, curtido sobre acordes a la vieja usanza con versos ásperos pero sinceros y con una voz aguardentosa, aunque creíble. Cuanto más lo escucho, más cerca me encuentro de la estela errante de este trotamundos. La noche del viernes el trovador de Minnesota estacionó el Duquesne en La Axerquía y exhibió lo mejor de su talento a un público que le acogió con entusiasmo, curiosidad y devoción. Ahora Dylan ya no es esa leyenda, aunque también, que necesite pasear su palmito por el mundo arrastrando los sones de sus clásicos. No. Dylan es el músico del siglo XXI que, si bien guarda la esencia de una generación de protesta, de lucha contra el racismo, la injusticia, la arbitrariedad, los falsos ídolos y el desamor, ha sabido adaptarse a las inquietudes y hablarle de tú a tú a las nuevas generaciones. De ahí el alto número de jóvenes que asistieron al concierto atraídos, qué duda, por el mito, un recurso incuestionable en tiempos de crisis, pero a los que Dylan no busca dar respuesta, esa está en el viento, soplando, desde el tren de Duquesne a Blowin.

Fue el suyo un concierto sencillo, mágico y acogedor. La última vez que vi a Dylan esbozó su obra maestra a los pies del Guggenheim en Bilbao en el 2012. Para entonces ya había desembarcado en Europa con un gran piano que sustituía el keyboard que tanta crítica le granjeó. Aquél verano marcó un hito en el bardo del rock, tanto en su puesta en escena como en las versiones de las nuevas composiciones del álbum Tempest , un trabajo duro de roer como anteriormente lo fue Together Through life (2009), el resultado en el 2015: un elegante escenario, unas luces de recogimiento y una música e interpretación para quitarse el sombrero, arropado por una virtuosa banda que le sigue fielmente registros y estilos, desde el rock al blues, desde el jazz a las baladas. Porque junto a Dylan hay músicos excepcionales. Tony Garnier, (excelente con el contrabajo, el neoyorquino lleva tocando con Dylan desde el verano de 1989), los guitarras Charlie Sexton y Stu Kimball y el discreto Donnie Herron, multiinstrumentista de altura, que avivó el ambiente con su banjo en la comprometida High Water (dedicada a la memoria de Charlie Patton, el padre del delta blues) bien creando un enigmático ambiente en Forgetful Heart con el violín o dulcificando con éste Blowin' in the wind .

Un público entusiasta vibró con las canciones en clave de blues, ahí es donde Dylan reluce con brillo diamantino. Declaró su amor en Beyond here lies nothing , Duquesne Whistle (el tren silbante que hizo las delicias del público mientras Sexton batallaba con el punteo), Pay in blood (desgarradora en la letra e interpretada con una fuerza arrolladora) y Early roman kings (que tanto le debe a Muddy Waters), mientras el trovador intercalaba baladas, algunas compuestas para bandas sonoras como Waiting for you , Workingman's blues #2, Scarlet town, Soon after midnigt y Long and wasted years , ambas de una sencillez sobrecogedora que definen el nuevo terreno que pisa un Dylan tan combatiente como sereno.

Y entre lo clásico y lo nuevo, hubo para todos. She belong to me, Tangled up in blue y la hermosa Simple twist of fate , reforzadas por unos solos de armónica que iluminaron la noche cálida y apacible, donde hubo emociones incontenidas ante las bellas interpretaciones de canciones de Frank Sinatra, esas que Dylan quiso que fueran Full moon and empty arms y la tierna Im a fool to want to you . Después de un siempre bien recibido Blowin' in the wind , con más acento de blues que folk, Love sick , al final de los bises, nos recordó que tras las sombras siempre hay luces en una mente fuera del tiempo.