Marc Ribot y Ceramic Dog

Lugar: Gran Teatro

Día: Miércoles, 8 de julio

Pobre e inmerecida entrada en un Gran Teatro que recibía una de las actuaciones más interesantes, hasta ahora, de esta edición del Festival de la Guitarra de Córdoba. El camaleónico guitarrista americano Marc Ribot, capaz de disparidades como pasear por la música cubana, o ponerse el traje del hermano excéntrico de Rober Fripp, sometió a la audiencia a un intenso y emocionante viaje por intrincados y sinuosos paisajes discordantes, digno de un sibarita de lo ecléctico, del mejor mercenario al servicio de las ideas.

A veces estridente e inquieto, y a veces, aunque las menos, tan candoroso como sagaz, este científico de la guitarra volcó conceptos, los batió y creo su propio código, lo que le distingue de los demás. Ribot exhibió su propio idioma, que se descifra invitando al escuchante a una atrayente y constante presión, algo que incluso provocó deserciones en el patio de butacas, quizás por no soportar tamaña sorpresa, o quizás por el volumen que, probablemente de forma deliberada, era usado como otro elemento para crear este estado de tensión.

Es su sello personal, implícito en el nombre de este proyecto, que él mismo describe comparando esta etapa de su valiente creatividad a ese momento en el que se congela el tiempo y se mastica la incertidumbre, cuando dos perros, inmóviles, se miran antes de enfrentarse.

A este fulgurante y osado periplo contribuyeron, y de qué manera, los otros dos mosqueteros, compañeros de viaje del guitarrista de New Jersey. Casi a golpe de hacha, en la batería a despiezar, estaba esa joven locomotora llamada Ches Smith, dibujante y demoledor, perfecto para esta combinación experimental, que derrochó una radiante energía con una maravillosa libertad para dejarse llevar con sobrada inventiva en los momentos que debía. En el bajo, el sintetizador, guitarras y percusión encontramos al gigante polivalente Shahzad Ismaily, otra pieza clave de este lunático triunvirato. Apabullantes los efectos del bajo y la elasticidad de arreglos y acompañamientos del instrumentista para orgías de electricidad, ritmos enloquecidos y actitud punk de vanguardia.

Marc Ribot's Ceramic Dog personalizó un desbocado dinamismo que se tornó en sofisticación cuando llegó a recordar a los preciosos pasajes de Durruti Column a manos de Vini Reilly, y precisa improvisación, a veces surrealista, cuando descuartiza standars de jazz como Take Five , de Paul Desmond, para pespuntearla después, una de las piezas reconocidas de una noche en el particular parque de atracciones de Marc Ribot.