En la era de la información, cuando en el mundo de la comunicación reina el postureo en Facebook, Whattsapp o Instagram, cuesta mucho imaginar que hubo un tiempo en que el pudor de la gente rechazara un sistema rápido y barato como la postal. Y solo porque dejaba a cualquiera ver el contenido del mensaje. Hoy, estas cartulinas han sido relegadas a una rareza como medio de comunicación y son muy pocos los viajeros que, cuando llegan a destino, compran y franquean una postal para dar noticia a familiares o amigos de su viaje.

La historia de estas tarjetas en España se remonta a la segunda mitad del siglo XIX, cuando el gobierno de la I República las normaliza en 1873. Aunque tardarían casi 30 años en ser aceptadas por la sociedad española y convertirse en una de las modas más chic a comienzos del siglo XX. La idea era tan sencilla como revolucionaria, cambiar la carta ordinaria por una pequeña cartulina de 9X14,5 cm que no necesitaba sobre. Una cara se dedicaba para escribir un pequeño texto y el dorso se reservaba para la dirección del destinatario. Pero su despegue como sistema de comunicación no arrancará hasta el año 1897, cuando los fotógrafos suizos afincados en Madrid Oscar Hauser y Adolfo Menet comienzan a editar su serie general de postales fotográficas de ciudades españolas. Estos retratistas metidos a impresores habían llegado a nuestro país en 1888 y dos años después introducen en España el sistema más moderno de impresión del momento: la fototipia. Un proceso que permitía por primera vez la reproducción de fotografías con una elevadísima calidad de impresión a unos costes muy reducidos. A partir de 1890, Hauser y Menet comienzan a editar por el sistema de fototipia la célebre serie de láminas La España Ilustrada. Un coleccionable de gran formato, 20X30 cm, con el que divulgan su gran catálogo de fotografías de las principales localidades del país. Su enorme éxito contó con numerosas reediciones y formatos, entre las que llegan a comercializar hasta una serie en papel fotográfico.

CÓRDOBA, PROTAGONISTA

Córdoba aparecía en esta publicación con once imágenes de los principales monumentos de la ciudad. En ella, la Mezquita Catedral contaba con un especial protagonismo con cinco imágenes. La colección se completaba con dos vistas de la ciudad desde el río, una toma del Triunfo de San Rafael, una de la fachada del palacio de Jerónimo Páez (hoy Museo Arqueológico), otra de la portada de la Casa de Expósitos (el actual palacio de congresos de la calle Torrijos) y por último, una concurrida vista de la moderna avenida del Gran Capitán. La gran acogida de este coleccionable llevó a Oscar y Adolfo a editar en 1892 la primera tarjeta postal fotográfica editada e impresa en nuestro país. No obstante, la limitada demanda y las dificultades técnicas con la impresión demoraron varios años la edición masiva de sus postales fotográficas.

Postales antiguas de Córdoba @A.J.Gonzalez

Las mismas imágenes cordobesas de su catálogo serán las que los suizos utilicen a partir de 1897 para editar las primeras postales fotográficas de la historia de la ciudad. De hecho, la cartulina titulada Córdoba La Mezquita, y que muestra el interior del templo con una vista de su universal bosque de columnas, es una de las primeras de la serie general de los suizos con la número siete. Esta colección de postales ilustradas llegará en 1905 a contar con la importante cifra de 2.078 ejemplares diferentes, de las cuales 38 modelos reproducían imágenes cordobesas.

Físicamente, estas primeras postales son muy fáciles de identificar, ya que en su cara la fotografía, con un acabado mate, apenas ocupa entre un tercio y la mitad del total de la cartulina. El resto del espacio, en blanco, se reserva para el reducido mensaje de texto, que según el tamaño de letra del usuario podían ser hasta menos caracteres que los originales 140 de Twitter. El dorso, como ya hemos mencionado, se reservaba solo para el nombre y el domicilio del destinatario. Una estructura que no variará hasta 1905, año en que el diseño postal cambia al aún vigente. Hoy día, este se caracteriza por tener la cara totalmente ocupada por la fotografía, mientras que el dorso se divide en dos espacios iguales: a la derecha el hueco para el sello y la dirección del receptor y el de la izquierda para la comunicación.

ARROLLADOR ÉXITO

Aunque tardío, el éxito de las postales ilustradas en España será arrollador. Solo la casa Hauser y Menet editaba en 1902 la friolera de 500.000 unidades al mes. Sin embargo, durante los primeros años de vida de la postal, esta será más un objeto de colección que una herramienta de comunicación. A comienzos del siglo XX, la fotografía aún era un producto de lujo. Con suerte, la mayoría de las personas tenían una fotografía a lo largo de su vida. La prensa y los libros ilustrados apenas comenzaban a dar sus primeros pasos, por lo que la postal se convirtió en una ventana al exterior.

El caso de Adolfo y Oscar es muy singular, ya que los suizos reúnen en su empresa las tres figuras operativas del mundo de la postal fotográfica: impresores, editores y fotógrafos. Estas actividades raras veces coinciden y hay que delimitarlas con precisión a la hora de catalogarlas, porque son fundamentales para su correcta identificación y datación. Sin embargo, son pocas las cartulinas que aparecen firmadas con todos los datos de sus creadores.

La competencia de otras compañías no tardó en aparecer, pero su calidad de impresión convirtió a Hauser y Menet en la fototipia más importante del país hasta los años 20. Una década que marcará el inicio del declive de la fototipia con la aparición de las postales realizadas directamente sobre papel fotográfico, también conocidas entre los coleccionistas como postales de brillo. Entre los primeros postalistas con imágenes de Córdoba se encuentra la fototipia Laurent/Lacoste. La empresa madrileña comercializó, desde al menos 1899, el archivo fotográfico decimonónico del famoso retratista francés Jean Laurent. De entre su producción cordobesa destaca una serie de 15 cartulinas de tipos cordobeses con fotografías realizadas hacia 1870.

Otros pioneros son Hans Wilhelm, quien edita las primeras postales en color cordobesas circuladas desde 1899. Es una serie corta con al menos cinco ejemplares y una calidad de impresión mediocre. Del ciclista y aventurero italiano Luigi Masetti, que recorrió Europa con su bici, conocemos una postal de la Mezquita circulada en 1899. La librería madrileña Romo y Füssel también edita una bonita serie de no menos de doce postales de la ciudad que imprimirán los talleres de Hauser y Menet y circuladas desde el año 1900. Algo posteriores son las cartulinas del famoso retratista granadino Rafael Señán, afincado en Córdoba junto a la Puente del Puente desde 1910. Sus postales, también impresas por la casa Hauser y Menet, son junto a las de su paisano Rafael Garzón las series postales más extensas jamás comercializadas de la ciudad.

En cuanto a temáticas, el postalismo cordobés se encuentra bajo el aplastante peso iconográfico de la Mezquita Catedral, que protagoniza casi el 50 % de las cartulinas editadas sobre la ciudad. Son las denominadas por los especialistas como postales de piedra, en las que la monumentalidad de Córdoba monopoliza las series, tanto de las editadas por compañías foráneas como por las locales. Una imagen de la ciudad que reincide una y otra vez en los mismos encuadres de los principales monumentos. Quizás, las colecciones más interesantes de todo el postalismo cordobés son las autoeditadas por entidades locales entre la década de 1910 y 1920 para mostrar sus instalaciones o actividades. Son series monográficas de una decena de ejemplares como los dedicados al Palacio de Viana, el Círculo de la Amistad, el Colegio de Santa Victoria, el Obispado, el cuartel de Artillería o la preciosa colección sobre los ermitaños de la sierra editada por el célebre óptico cordobés Agustín Fragero.

La postal hoy ha vuelto para convertirse en un romántico objeto de colección que muestra la añoranza por una ciudad que ya desapareció. Son muchos los cordobeses que las buscan en mercadillos, anticuarios o en páginas especializadas de internet, donde se pueden encontrar catálogos con más de 20.000 ejemplares a precios que pueden oscilar según su rareza entre unos céntimos o los casi 200 €.