ahora que se acaba de colocar el azulejo conmemorativo de la primera sede de este periódico en la antigua Plaza de las Dueñas, creo que es un buen momento para recordar la leyenda del convento de Santa María de las Dueñas. Cuentan las crónicas que fue el más grande y lujoso de la ciudad hasta su demolición en 1884, que su claustro coincidía con la que actualmente conocemos como plaza del Cardenal Toledo, y que en el centro del mismo podíamos encontrar un pequeño pozo con una enorme grieta, conocido como pozo de los Diablos. El origen de tan curioso alias lo encontramos en una leyenda que se inicia con San Álvaro de Córdoba, meditando a media noche en el interior de su cueva. La paz y la calma reinantes fueron quebrantadas por una gran algarabía, y al asomarse el ermitaño pudo comprobar cómo descendía por la ladera una legión de demonios. Sin temor alguno, San Alvaro preguntó al paladín de los diablos por el motivo de su alegría, y éste le respondió que se dirigían al convento de Santa María de las Dueñas para cobrarse el alma de una monja pecadora. En cuanto continuaron su camino, el dominico regresó a su cueva y se pasó toda la noche pidiendo por la salvación de esa hermana, algo que parece que surtió efecto. A la mañana siguiente, el caudillo de la legión entró notablemente indignado a la cueva de San Álvaro para reprocharle airadamente sus oraciones, ya que la monja se recuperó milagrosamente de su enfermedad y tuvieron que volverse de vacío. Tal fue el enfado de aquellos seres del averno que partieron el brocal del pozo del claustro. El mismo permanecería roto durante décadas, adquiriendo para siempre el sobrenombre de pozo de los Diablos.Aunque a primera vista parezca evidente que se trata de una de esas leyendas con claros tintes de fantasía, existen argumentos para pensar que no se trata de una simple fábula. En el año 1628, el predicador Fray Luis Sotillo de Mesa recogió en uno de sus libros el testimonio de dos monjas ancianas, Teresa Muñiz de Godoy y Andrea de Cárdenas, que aseguraban encontrarse aquella noche en el convento de las Dueñas y haber sido testigos de tan asombroso acontecimiento. Para numerosos historiadores, este tipo de narraciones utilizaban un lenguaje simbólico, necesario para que el vulgo pudiera entender acontecimientos complejos. Así que juzguen ustedes, ¿existe o no un mensaje entre líneas?