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obituario

Agustina Zafra Sánchez

Agustina Zafra Sánchez

Hace unos meses, presentando a Lorenzo Amor en uno de los desayunos de este periódico, le agradecía a su director, Paco Luis Córdoba, el hecho de haberme permitido especializarme en necrológicas. Algo de escasa tradición en España, pero de amplia raigambre en países de nuestro entorno como Inglaterra. Las presentes líneas están dedicadas a Agustina Zafra Sánchez, mi última tía abuela que quedaba entre nosotros y como pequeño homenaje a mi madre, una de sus sobrinas preferidas, con la que está ya compartiendo ese cielo tan merecido.

Agustina era la hermana pequeña de mi abuelo Ricardo, padre de mi madre y que trasladó su residencia, y la de toda su familia, desde su Montemayor natal a Córdoba hace muchos años. Una mujer excepcional, guapa, vitalista, optimista hasta la enésima potencia y por cuyo cutis no pasaban los años, pese a los golpes de la vida. Su hijo Fali murió en plena juventud y siempre la recuerdo rozando con sus manos el camafeo de marfil con su retrato. Su marido también se fue pronto, por lo que vivió dedicada a su hija y a su nieta.

Dos grandes pasiones ocuparon su plano profesional, que poco, por no decir nada, tienen de común entre sí: la cocina y la salud. Con su marido regentaba un local de referencia en la calle Cardenal González, apellidado con una de las marcas de vino de Pérez Barquero, ‘Los Palcos’. Seguía así la tradición familiar de sus hermanas Ángeles (al frente de la entonces famosa taberna de detrás de la iglesia de San Miguel) y Antonia (churrera) y que las generaciones posteriores, por nuestro talante cocinilla, hemos seguido, ya no como negocio.

Siendo yo muy pequeño, la recuerdo en ‘Los Palcos’ con esas manos pequeñas e impolutas sobre la mesa de su cocina. En el centro, una columna con un magnífico capitel califal y rodeada de sartenes y ollas con las que deleitaba a los parroquianos con frituras de pescado y guisos. Todo se le daba muy bien, salvo la mayonesa, que se le cortaba, para lo que pedía la colaboración de mi tía Antoñita, mujer de su sobrino Agustín y que vivía muy cerca, en la calle Zapatería Vieja. Cuando el casco histórico se vino abajo, quién lo diría hoy, el matrimonio se trasladó a la Avenida de Barcelona, donde sus flamenquines, largos, muy largos, hicieron furor.

Sin embargo, ella, en el fondo, no se consideraba cocinera. Su auténtica vocación era la de practicante, como su hermano José María. Su clínica era un constante peregrinar de clientes de todo tipo. Lo mismo ponía una inyección que sajaba un grano con mala pinta. Un espíritu abierto, saber escuchar y, sobre todo, comprender el mal ajeno fueron las claves de su éxito.

La «feria de los discretos», que es la ciudad de Córdoba, le debe mucho a personas como Agustina. Lo que hoy somos, por ejemplo en la hostelería con varias estrellas Michelin y restaurantes de reconocido prestigio a nivel nacional, ha sido posible gracias al trabajo discreto de personas como ella. Discreción no en el sentido negativo que reflejó Pío Baroja en su novela, sino como grandeza personal y profesional que pasa desapercibida, pero que ayuda a construir el futuro de todos.

JAVIER MARTÍN

OTROS FALLECIDOS:

Gerardo Ranchal Olmo, Córdoba. Rafaela Hidalgo Expósito, Córdoba. Araceli Mármol Sabán, 83 años, Lucena. Antonio Barea Adamuz, 93 años, Priego de Córdoba. Teresa Castro Córdoba, 93 años, Cabra.

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