En primer plano veremos una abrupta pendiente con matorral propio de zonas umbrías y frescas. Grandes ejemplares de quejigos, madroños, cornicabras y durillos crecen al amparo del terraplén que se derrama en una amplia panorámica donde abundan los bosques de pino negral.

Paradójicamente, la existencia de pinos secos, que llegan a formar manchas de tonalidades marrones, introduce un contraste cromático que aumenta la calidad visual del entorno.

Nos despedimos del paisaje forestal de pinar, y, sobre la topografía más suave de la llanura de granito, las dehesas de encinas son ahora protagonistas.

Se sigue avanzando, y kilómetro tras kilómetro, la dehesa confirma su belleza, basada en la conjunción de ejemplares adultos de hermosas copas sobre una alfombra de pastizal.

Junto a las encinas veremos ejemplares de quejigo e incluso, ya llegando a Cardeña, algún ejemplar de roble melojo.

En los meses de verano algunos rasos son frecuentado por manadas de ciervas; y llegando octubre, coincidiendo con la berrea, es posible sorprender la espectacular lucha de los machos por mantener el harén y el territorio.

Después de dejar a las casas de Garcigómez, predio que da nombre a la vía pecuaria, llegaremos al kilómetro 22, en los confines de las tierras de Montoro.

Nos despedimos de su término municipal con la bella estampa de una llana carretera escoltada a un lado y otro por las ramas de los quejigos, que, resistiéndose a desprenderse de sus resecas hojas, aún muestran sus pardas tonalidades, como si quisieran alargar la época otoñal.