Feria de San Isidro

Alejandro Chicharro, con valor y temple, reafirma su gran proyección en Las Ventas

Aun sin trofeos, el madrileño volvió a confirmar un despliegue de virtudes

El festejo taurino se ha desarrollado en la plaza de Las Ventas de Madrid.

El festejo taurino se ha desarrollado en la plaza de Las Ventas de Madrid. / Mariscal / Efe / Archivo

Paco Aguado (Efe)

Feria de San Isidro

Ganado: tres novillos de Guadaira y tres de Torrehandilla (2º, 3º y 5º), los dos primeros lidiados como sobreros, al devolverse otros tantos de Guadaira por falta de fuerzas. Conjunto muy desigual de volumen y cuajo y de juego muy deslucido por desrazados, tanto los de uno como los de otro hierro, salvo el primero, que tuvo una noble y manejable movilidad.

Lalo de María: estocada atravesada muy trasera (silencio); pinchazo hondo y estocada contraria (silencio).

Pepe Luis Cirugeda, que se presentaba en Madrid: cuatro pinchazos y estocada honda atravesada (silencio tras aviso); cinco pinchazos y estocada honda atravesada (silencio).

Alejandro Chicharro: pinchazo y estocada (vuelta al ruedo tras aviso y petición de oreja); pinchazo hondo y cuatro descabellos (ovación tras aviso).

Cuadrillas: saludaron en banderillas Juan Carlos Rey, David Adalid y Rafi Goria.

Plaza: Las Ventas de Madrid. Décimosexto festejo de abono de la feria de San Isidro, con más de tres cuartos del aforo cubierto (unos 18.000 espectadores), en tarde calurosa.

El madrileño Alejandro Chicharro, aun sin trofeos, volvió a confirmar hoy en Las Ventas, en un despliegue de templado valor, la excelente proyección que como novillero mostró en esta misma plaza el pasado 1 de mayo, cuando logró su primera salida a hombros hacia la calle de Alcalá.

Solo los fallos con la espada, apenas un par de pinchazos, impidieron que paseara hoy alguna oreja por el ruedo de la Monumental, pero, más allá de la estadística, el joven de Miraflores de la Sierra se impuso con sobrada capacidad a dos utreros que le ofrecieron pocas opciones de lucimiento, aunque ayudaron a ofrecer la medida de su bien asimilado oficio.

Su primero nunca acabó de descolgar el engallado cuello, que usó siempre para protestar en los embroques, en un defecto que no desanimó a Chicharro, que, aun así, se asentó firme en la arena y le citó con gran sinceridad, evitando con buen manejo de pulso y alturas que los pitones alcanzaran la muleta.

Aplicando perfectamente las pausas, sin exigir de más al animal, pero sin darle opción de que se parara o se defendiera más, el madrileño llevó enganchadas las reacias embestidas, y pasándoselas con gran ajuste, para sacarle más lucimiento del que parecía ofrecer, hasta que un pinchazo arriba, previo a la buena estocada final, dio argumentos al presidente para negarle el trofeo solicitado por el público.

Y en ese mismo tono estuvo con el sexto, también del hierro de Guadaira, que fue un novillo con alzada y sin apenas raza, pero al que, con la misma firme sinceridad, ofreciendo siempre el pecho en los cites, extrajo soberbios naturales, solo que sin posibilidad de ligarlos y sin poder macizar la faena, por mucho que se le viera siempre muy por encima de la condición de su enemigo.

Si Chicharro mostró, una tarde más en Las Ventas su gran proyección, no consiguieron lo mismo sus dos compañeros, a pesar de que a Lalo de María le correspondió, en el primer turno, el único novillo con verdaderas condiciones para el triunfo del sexteto de los dos hierros de origen Domecq.

Con una noble y más que manejable movilidad, ese primero de Guadaira repitió incansable tras la muleta del rubio torero francés, que respondió a sus virtudes con un toreo lineal y anodino, y plagado de enganchones, que se contempló entre un aplastante silencio desde el tendido. Ya con el cuarto, de Torrehandilla, que se defendió a causa de una lesión en la mano derecha, De María estuvo más asentado, pero con los mismos resultados.

Pepe Luis Cirugeda acabó lidiando, uno de ellos como titular, dos astados de Torrehandilla, de los que el primer sobrero, serio y cornalón, se empezó pronto a salir aburrido de las suertes que el algecireño le propuso con ligereza de muñecas y de piernas, mientras que el quinto le obligó a abreviar, absolutamente vaciado de raza tras el primer encuentro con el picador.