TOROS EN SEVILLA

Orejas para Ginés Marín y Pablo Aguado en el fin de fiesta de La Maestranza

Morante de la Puebla, que fue ovacionado antes de empezar por su gran corrida del viernes, cosechó un silencio y algunos pitos

Ginés Marín muestra la oreja lograda este domingo en la corrida de La Maestranza de Sevilla.

Ginés Marín muestra la oreja lograda este domingo en la corrida de La Maestranza de Sevilla. / Raúl Caro / Efe

Paco Aguado (Efe)

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Ganado: Seis toros de Juan Pedro Domecq, de buena y fina presencia, y de juego muy descastado, casi todos muy desfondados y a la defensiva en el último tercio, a excepción de segundo y tercero, que resultaron manejables y tuvieron más duración.

Morante de la Puebla: media estocada atravesada (silencio); bajonazo enhebrado y descabello (algunos pitos).

Ginés Marín: media estocada trasea desprendida (oreja); dos pinchazos y media estocada tendida (silencio).

Pablo Aguado: estocada caida trasera (oreja); estocada trasera tendida (silencio).

Cuadrillas: destacaron con las banderillas Juan José Trujillo y Rafael Viotti.                       

Plaza: Tercera y última corrida de la feria de San Miguel en La Maestranza de Sevilla. Lleno en los tendidos -unos 10.500 espectadores- en tarde de viento racheado. 

Los matadores Ginés Marín y Pablo Aguado se llevaron, sin gran clamor, sendas orejas de los dos únicos toros con cierto fondo de casta de la desrazada corrida de Juan Pedro Domecq que cerró este domingo la feria de San Miguel de Sevilla.

El encierro de la sierra hispalense se encargó de aguar el fin de fiesta de un ciclo que ha estado marcado por la gran faena de Morante el pasado viernes, motivo precisamente por el que el torero de la Puebla, que repetía, escuchó la mayor ovación de la corrida de este domingo.

Se comprobaba así, antes de que saliera al ruedo el primero de la tarde, tanto la enorme repercusión que tuvo la obra como la gran ilusión que el público tenía de que volviera a repetirse... hasta que los "juanpedros" tiraron el gozo al pozo.

Ya ese que abrió plaza se desfondó a velocidad de vértigo nada más pasar por el caballo de picar, absolutamente vacío ante un Morante que no logró darle ni un solo muletazo tras sacárselo al tercio y que, con acierto, desistió directamente de insistir en vano.

El lote de Morante fue, en realidad, el más deslucido del de por sí delucido sexteto, ya que el cuarto, cuya lidia llevó variada y ostensiblemente con el capote, se paró también en cuanto vio el trapo rojo y apenas tuvo media docena de arrancadas vulgares que acabaron por frustrar los deseos del morantismo.

Tampoco pudo pasar mucho con el quinto y el sexto, uno porque, sin clase alguna, solo se empleó para calamochear y soltar cabezazos; y el otro porque, manso e incierto, siempre buscó las tablas y se coló incluso con mala intención a los embroques de un porfión Pablo Aguado.

Así que lo único reseñable de la tarde llegó, por lógica, con los dos únicos astados que mantuvieron un mínimo nivel de casta hasta el último tercio, como el segundo que, aunque sin ritmo y a falta de un tranco más en su embestida, al menos aguantó y se movió tras la muleta de Ginés Marín.

Y aun así lo hizo peor por el pitón izquierdo que por el derecho, lado este por el que el extremeño, una vez cogida la distancia a mitad de obra, logró los pases más fluidos, dejando más sitio por delante en los embroques para que así el animal tomara con mejor inercia el trazo de la muleta.

Entre ciertos altibajos, por alternar sin mucho sentido el pitón bueno con el malo, Marín se mostró suelto y decidido, y, tras un buen final con muletazos por bajo rodilla en tierra, se llevó esa oreja de recompensa.

La otra la paseó Pablo Aguado a la muerte del tercero, al que en los primeros compases del trasteo le faltó gas e impulso. Solo que el buen trato del diestro sevillano, sin apretarle ni agobiarle demasiado, ayudó a que el de Juan Pedro se viniera arriba y aflorara su noble calidad.

También de mitad de faena en adelante pudo Aguado gustarse, ligar y redondear los pases, acompañando con el pecho los derechazos a media altura de templado compás y, sobre todo, en los excelentes tres naturales de frente que fueron el colofón ala obra, fundamentales para que cortara ese otro trofeo, a pesar de una defectuosa estocada.