FICHA DEL FESTEJO

Ganado: Seis toros de Victoriano del Río, el tercero como sobrero al devolverse un titular lesionado, de dispar aunque, en general, justa presencia, bajos, cuando no terciados, y sueltos de carnes, aunque con seriedad en las cabezas. Salvo el soso y noblote primero, el resto encastados y de exigente bravura, con un tercero más claro que el resto.

El Juli, de berenjena y oro: media desprendida (ovación tras aviso); pinchazo, otro hondo y tres descabellos (ovación tras aviso).

José María Manzanares, de corinto y oro: pinchazo y estocada (ovación tras aviso); estocada tendida algo trasera (ovación).

Roca Rey, de añil y oro: estocada delantera (oreja con fuerte petición de la segunda); estocada (dos orejas).

Tras la lidia del tercer toro, Roca Rey fue atendido en la enfermería, según el parte médico, de "politraumatismos en frente y pómulo derecho, muñeca y rodilla izquierdas y un varetazo en región lumbar con aparente rotura fibrilar de 3 centímetros, de pronóstico leve".

Entre las cuadrillas, Paco María destacó picando al quinto. Viruta, Paco Algaba y Antonio Chacón saludaron en banderillas.

La plaza: Sexto festejo de abono de las Corrida Generales, con más de tres cuartos del aforo cubierto (unos 12.000 espectadores), en tarde nublada y con lluvia intermitente

 El diestro peruano Roca Rey, que cortó tres orejas pero no salió a hombros a causa de la fuerte paliza sufrida en su primer toro, devolvió este jueves a la plaza de Bilbao, con su presencia y su actitud, tanto el público como la emoción intensa que se echaron de menos en la primera mitad de la feria.

Ante más de 12.000 personas en los tendidos, a los que no importó la lluvia intermitente que cayó a lo largo de toda la corrida, el suramericano hizo todo un despliegue de raza, ambición y valor para imponerse a los complejos toros de su lote, pero también para sobreponerse a los durísimos golpes sufridos en la faena a su primero.

Ya con ese toro, el sobrero de la corrida, se pudo apreciar la entrega de un público predispuesto a aplaudirle pero al que dio motivos en una de sus espectaculares aperturas de faena, justo antes de aprovechar sus inercias iniciales en series asentadas y en un final, también habitual, en la cercanía de los pitones.

Se asustó el tendido ya en ese momento, cuando el toro se le quedó debajo con mucho peligro en un pase circular, pero aún se impresionaría más cuando, al rematar unas manoletinas, Roca se quedó tan encima que el de Victoriano del Río vio la ocasión de arrollarle y voltearle con seca dureza.

Tras ser atendido junto a las tablas, y con visibles señales de dolor por las contusiones en todo el cuerpo, el peruano aún volvió ajado y sin chaquetilla al terreno del toro para retomar las manoletinas y tumbarlo de una estocada delantera pero contundente, que solo el presidente, fuertemente abroncado, no quiso premiar con las dos orejas.

Cuando, tras ser atendido en la enfermería, Roca Rey salió a matar al sexto, la plaza retumbó por la ovación y los gritos de ánimo, igual que cuando brindó al público la faena y se dispuso, aun cojeando, a abrirla de rodillas en los medios.

Y de nuevo llegaron los momentos de angustia, una vez que el toro le desarmó en el primer pase y le persiguió con celo hasta las tablas, o cuando, al fallarle la pierna en un pase con la izquierda, el torero cayó en la cara y el astado le pasó por encima como un tren.

Pero el único que no se asustó fue Roca, que siguió toreando con firmeza, aguantando coladas por el lado izquierdo y dejándose ir con temple y gusto por el derecho, cuando el toro ya se le rindió, igual que se le rindió la plaza cuando lo despenó de un espadazo yendo a por todas, encunado entre los pitones.

Ya victorioso y satisfecho, pero dolorido y renqueante, Roca no se quiso someter a esa nueva paliza que hubiera sido una salida a hombros entre la masa que se ganó con todas las de la ley.

La tarde fue, de cabo a rabo, del peruano, lo que tapó el meritorio trasteo de El Juli al cuarto, un toro encastado y con temperamento con el que echó el resto para someterlo en tandas de mucho mando, ofreciendo su mejor y más poderosa versión, aunque, como tantas veces, se quedó sin premio por sus fallos con la espada.

El segundo fue, por bravo y entregado, el mejor toro de la terciada y encastada corrida de Victoriano del Río, y frente a sus vibrantes embestidas se vio a un José María Manzanares que, al revés que el animal, fue a menos en entrega e intensidad, mientras que se esforzó largo rato, sin lograrlo por falta de mando, que no de tesón, en atemperar al también enrazado pero más áspero quinto.