FICHA DEL FESTEJO

Ganado: Seis toros de Domingo Hernández, muy desiguales de hechuras y alzadas, y en general sueltos de carnes. Con mayor o menor duración, casi todos tuvieron una manejable nobleza en la muleta, y varios de ellos, especial y más visiblemente el segundo, una gran clase en la embestida.

El Juli, de tórtola y azabache: estocada trasera caída (silencio); estocada baja trasera (ovación tras insuficiente petición de oreja).

Alejandro Talavante, de blanco roto y oro: estocada (dos orejas); estocada tendida (ovación). Salió a hombros por la puerta grande.

Tomás Rufo, de azul índigo y oro: estocada perpendicular y descabello (ovación tras aviso); pinchazo y estocada trasera atravesada (silencio).

Entre las cuadrillas, saludaron en banderillas Curro Javier, El Pilo y Miguelín Murillo.

La plaza: Quinto festejo de abono de las Corridas Generales, con un tercio de entrada -unos 4.500 espectadores- en tarde nublada y de calor

El extremeño Alejando Talavante protagonizó este miércoles la primera salida a hombros de estas Corridas Generales, gracias al inmerecido y exagerado premio de dos orejas a una faena en la que se mostró por debajo de la gran calidad de uno de los buenos toros de Domingo Hernández lidiados este miércoles en Bilbao.

Pero, por mucho que el presidente dejara a un lado su casi siempre exigente criterio para recompensarle con tanta holgura, la medida del triunfo de Talavante se sopesó mejor a la hora de una salida a hombros desangelada, sin entusiasmo, en la que, entre el escaso público que también acudió a este festejo, fueron pocos los que se quedaron a aplaudir.

Tampoco hubo ovaciones rotundas ni apasionadas durante la mediana faena del torero de Badajoz a un segundo de la tarde, Anzuelo de nombre y de finas y reunidas hechuras, que descolgó su cuello desde el primer capotazo para embestir hasta su muerte con una profunda dulzura, sin exigir, sin apretar, como si fuera un amigo del torero el que manejara los pitones.

Toro perfecto, pues, para que Talavante terminara, como él mismo asegura, de encontrarse consigo mismo como torero, en esa búsqueda que comenzó en la feria de San Isidro y que, visto lo visto, aún debe continuar, porque ni así fue capaz de "romperse" ni de apasionarse, como tantas otras tardes de otras épocas que le llevaron a la cumbre.

La faena fue, si acaso, limpia, como no podía ser de otra manera con tan claro ejemplar, pero también ligera, sin ritmo ni trazo, sin apurar por abajo en los remates tan sabrosas embestidas en tandas ligadas. Y, lo que es más elocuente, sin que el torero llegara a pasar nunca esa línea invisible que separa el simple oficio de la entrega que pide el mejor toreo.

Mató Talavante de una buena estocada que, como mucho, debió asegurar una pírrica oreja, pero la presidencia, tal vez por animar el cotarro de esta preocupante feria, quiso darle esa segunda que ni amerita ni oculta la verdadera dimensión del trasteo, que tuvo un similar planteamiento al que le hizo al quinto, el único toro de la corrida que no humilló.

Pero no fue solo ese toro el que este miércoles se desaprovechó, sino alguno que otro más, como el segundo de El Juli, que en sus magras carnes no parecía tener los 601 kilos que señalaba la tablilla y que también humilló con nobleza y entrega, buscando unos vuelos de la muleta que el madrileño no siempre le puso delante.

De dos en dos los pases, con largas pausas en la distancia corta y sin voluntad de ligárselos, El Juli se limitó a ponerle el engaño de vez en cuando y a moverlo por las afueras, sin dejarle desarrollar sus virtudes, en una faena con recursos de frío veterano, como la que le hizo a su primero, que no tuvo brío ni empuje.

También los dos toros del lote de Tomás Rufo dejaron ver una soberbia clase en los primeros tercios, con poca fijeza de salida, pero en cada embroque haciendo surcos con el hocico en la arena, algo que, curiosamente, no siempre lo hicieron ante la muleta.

La causa de ese cambio repentino quizá habría que buscarla en la forma en que el joven toledano les planteó sus trasteos, demasiado encimado, sin darles espacio para descolgar y con toques muy bruscos al pitón de fuera, en vez de engancharlos y encelarlos suavemente con lo flecos del engaño.

El hecho es que, de una forma u otra, ambos se pararon casi en seco a los pocos muletazos, reacios a la oferta del torero, que perdió más tiempo en pasearse en la distancia y en recrearse en la colocación que en los contados pases que sacó de ambos.