Ganado: seis toros de Jandilla (el 1º con el hierro de Vegahermosa), desiguales de hechuras, volúmenes y cornamentas, y de juego también dispar, aunque casi todos justos de fuerzas. El 1º, lesionado de una mano, tuvo nobleza y el 2º, aun blando de manos, aguantó con bravura. Destacó por su entrega el quinto.

Diego Urdiales: estocada delantera (ovación tras aviso); pinchazo y media estocada desprendida (silencio tras aviso).

Alejandro Talavante: media estocada desprendida, metisaca bajo y estocada (silencio); estocada trasera desprendida tendida y cuatro descabellos (vuelta al ruedo por su cuenta tras aviso).

Ginés Marín: estocada tendida desprendida y descabellos (ovación tras leve petición); estocada (silencio).

Cuadrillas: destacaron en la brega El Víctor y Antonio Manuel Punta.

Plaza: Pamplona. Octavo festejo de abono de la feria de San Fermín, con lleno en los tendidos (19.600 espectadores), en tarde calurosa.

La seria y notable actuación del diestro riojano Diego Urdiales, que solventó con oficio, temple y calidad las complicaciones de su lote, pasó totalmente desapercibida, y sin premio, entre el bullicio y la merienda de la corrida de hoy en Pamplona.

Suele suceder en San Fermín que el torero que abre plaza se encuentra un ambiente poco propicio a la valoración de sus méritos, tanto por la frialdad del público que aún se estaba acomodando en el primer turno como porque en el cuarto solo cuenta la merienda.

Y si además el torero no hace una sola concesión a la galería ni se desvía por la vía populachera que tanto anima a las peñas, tenemos las razones para entender que la importante tarde que dio Urdiales en la octava de feria apenas tuviera un balance de ovación y silencio en una feria donde las orejas están de saldo.

Pero, aun fuera de contexto, su recibo de capote al primero de la tarde fue de los momentos de toreo más caro de lo que va de feria, pues meció las embestidas del de Jandilla en ocho o nueve lances asentados hasta rematarlos con media en la misma boca de riego, algo especialmente difícil en esta plaza, donde de inicio los toros acusan mucho las querencias del encierro.

Apuntó ya entonces su clase el toro, hasta que se lastimó la mano derecha en el tercio de banderillas, por lo que cojeó visiblemente hasta su muerte. Solo que, llevándole equilibrado con un magnífico temple y sin exigirle en exceso, Urdiales le cuajó muletazos de largo trazo en una faena larga que, en esta abstraída plaza, apenas provocaron ni olés.

No menos interesante y solvente fue su faena al cuarto, el de la merienda, un castaño que dio mucha guerra en el encierro y que en la plaza no paró de soltar cabezazos, negado a tomar las telas con un mínimo recorrido.

Aun así, paciente y confiado en su técnica, el diestro riojano le fue sacando poco a poco pases cada vez más largos sin dejarse tocar el engaño, incluida una soberbia serie de naturales de pura firmeza... entre el sonido del papel de plata de los bocadillos.

Pero así es Pamplona, adonde volvía Alejandro Talavante muchos años después para encontrarse con el lote más completo de la corrida de Jandilla: uno flojo de manos pero de bravura incansable y otro de entregadas y largas embestidas que va a ser uno de los muchos toros que esta feria optan a premio.

Al extremeño se le vio con ambos más decidido, con una actitud más positiva, como mostró al iniciar la faena al primero con una arrucina de rodillas en los mismos medios de la plaza y en varios momentos de alegre variedad, aunque no terminó de aprovechar a ninguno de los dos porque en lo fundamental le faltó poso y reposo.

Con la muleta muy volandera y una colocación superficial no le dio al primero el temple necesario para asentarlo ni gobernó con suficiente mando la profundidad del quinto, que puso mas emoción que él en una faena que, de haber matado a la primera, aun así hubiera tenido premio.

A Ginés Marín, el más joven de la terna, le tocó bailar con la más fea, pues sorteó los ejemplares menos agradecidos: su primero no tuvo ni celo ni casi fuerzas, mientras que el sexto fue un toro arisco y sin clase que solo dio arreones de manso. E, indistintamente, al extremeño se le vio sobrado y fácil, sin poder brillar más que en una buena tanda de naturales.