Ganado: seis toros de Juan Pedro Domecq, cinqueños en su mayoría, muy desiguales de cuajo y volumen. Corrida de muy escasa raza y de juego vacío e insulso, salvo el quinto que, aunque justo de fuerzas, tuvo calidad y duración en el último tercio.

Morante de la Puebla: dos pinchazos, estocada honda y descabello (silencio); media estocada, pinchazo y estocada perpendicular atravesada (pitos).

Juan Ortega: pinchazo y estocada delantera (desprendida); pinchazo y estocada desprendida trasera (división al saludar).

Pablo Aguado: pinchazo, estocada corta atravesada y dos descabellos (silencio); dos pinchazos y media estocada baja muy trasera y descabello (silencio tras aviso).

Cuadrillas: Mario Benítez destacó picando al tercero, con el que Iván García también se lució en banderillas.

Plaza: Las Ventas (Madrid). Decimonoveno festejo de la feria de San Isidro, con lleno de "no hay billetes" (unos 23.000 espectadores), en tarde con algunas rachas de viento.

Una corrida de Juan Pedro Domecq prácticamente vacía de raza -salvo la excepción de un quinto toro con clase- dio hoy al traste con uno de los festejos de la feria de San Isidro que, sobre el papel, concitaba mayores expectativas, aunque al menos el fiasco no se prolongó más allá de las dos horas.

El muy desigual encierro llegado de la sierra sevillana, con toros vareados y de justo trapío junto a otros voluminosos y de bastas hechuras, acabó siendo una sucesión de comportamientos descastados e insulsos, por su falta de agresividad o por una actitud defensiva y renuente al combate.

Pero, aun así, tuvo una notable excepción el quinto toro, que para hacer bueno el refrán -"no hay quinto malo"- sacó clase y hondura en sus embestidas, a pesar de sus medidas fuerzas, lo que quizá pueda servir al ganadero como alivio al sonado fracaso.

Como también debería haber servido para el triunfo de Juan Ortega, el segundo de esta terna de artistas sevillanos, que, en cambio, no llegó a cuajarlo al nivel que merecía el animal, entre un ambiente cargado por las protestas de la afición del tendido 7, que parecía regodearse con el pésimo juego de una de sus divisas más odiadas.

Pero el hecho es que Sabalero, un ejemplar suelto de carnes pero cornalón y astifino, mostró su calidad desde los primeros compases, y la confirmó en el momento más lucido e interesante del festejo, cuando Ortega y Pablo Aguado compitieron quitando ambos por chicuelinas, airosas las de uno, más templadas y toreadas las del otro.

Mantuvo el toro esa buena condición, aunque perdiendo algo de brío, durante una larga faena en la que Ortega, sin llegar acoplarse ni a coger el pulso al animal, dejó salpicados detalles de buen gusto, aunque sin concretar una serie de muletazos verdaderamente redonda que le sirviera para desquitarse de las nulas opciones que le dio el flojo y descastado primero de su lote.

Los dos que le correspondieron a Aguado tuvieron, como única "virtud", cierta movilidad, aunque sin entrega alguna, con constantes calamocheos defensivos que fueron a más a lo largo de dos trasteos sin brillo y de escasa convicción por parte del sevillano.

Pero si el fiasco, al menos, fue breve -apenas dos horas de corrida, la de menor duración de lo que va de feria- fue porque Morante de la Puebla, ya sin nada que perder no perdió ni siquiera el tiempo con sus dos vacíos juampedros, a los que pasaportó sin mayores contemplaciones, lo que en tardes así, condenadas al fracaso, es hasta de agradecer.