FICHA DEL FESTEJO:

Ganado: Seis toros de Fuente Ymbro, todos cinqueños pasados, desiguales de hechuras dentro de su excesivo volumen y de muy escaso fondo de casta, sin celo alguno en las embestidas, aunque alguno se movió sin clase.

Antonio Ferrera, de verde esmeralda y oro: pinchazo hondo sin soltar y media estocada baja (silencio); media estocada atravesada (algunos pitos).

Miguel Ángel Perera, de corinto y oro: estocada desprendida (silencio); tres pinchazos y descabello (silencio).

Daniel Luque, de azul cobalto y oro: pinchazo hondo sin soltar y estocada desprendida (ovación tras aviso y leve petición de oreja); pinchazo y estocada (silencio).

Entre las cuadrillas destacó la buena brega de Javier Valdeoro con el primero, así como el buen tercio de varas de Ignacio Rodríguez en el segundo. En banderillas, saludaron Javier Ambel y Curro Javier.

Décimo festejo de abono de la feria de San Miguel, de Sevilla, con apenas un tercio de entrada sobre el aforo permitido del 60% (unos 2.000 espectadores).


 El diestro sevillano Daniel Luque realizó lo más estimable y destacado en el décimo festejo de la feria de San Miguel celebrado este miércoles en Sevilla, un espectáculo deslucido por el descastado juego de los voluminosos toros de Fuente Ymbro y, en día laborable, ante una escasa concurriencia de público.

Sin feria en las calles de la ciudad, sin fiesta que celebrar, con todo el comercio abierto y en horario de trabajo, la corrida, como la de hace justo una semana, se decantó como un trámite más para cumplir con un abono que debió buscar un mejor reparto en el calendario.

No acudió el público en número suficiente, entre otras cosas, porque la mayoría, a esas horas, aún seguían trabajando, tal y como los tres espadas que hoy hicieron el paseíllo para pasaportar seis toros de Fuente Ymbro que dieron poco rendimiento sobre el albero de la Maestranza.

Viejunos, a punto casi todos de cumplir los seis años, pasados de peso y con hechuras más propias de San Fermín que de San Miguel, los de Fuente Ymbro dieron un recital de descastamiento en su mayoría, cuando no de falta de fondo, como el noble primero que no tuvo brío ni empuje para echar adelante sus apuntadas ganas de embestir.

Otros, sí, se movieron mucho, como el tercero, aunque con más brusquedad que clase, porque en vez de emplearse solo repitió soltando carazos contra la muleta de Daniel Luque, quien, puestos a sacar adelante el trámite, fue de los tres quien lo hizo con mayor celo.

Ya a ese tercero le hizo con el capote lo más torero de la tarde: media docena larga de lances a la verónica, ceñidos, casi recreándose en la cercanía, con compás y, entre cada uno, a la manera más clásica, ganando un paso hacia más allá de las rayas de picadores, donde los remató con una buena media.

Después de resultar arrollado cuando lo llevaba al caballo, el sevillano se gustó de nuevo en el quite, donde el toro volvió a acusar algún posible defecto en la vista. Aun así, Luque le abrió la faena de muleta con mucho poder en el fondo y en la forma, y con una actitud fibrosa y recia con la que le aguantó para alargar sus arreones en pases de auténtico mérito.

Y cuando el animal perdió energías, aún aprovechó las restantes medias arrancadas, siempre con el engaño bajo la pala de unos pitones que ya apuntaban hacia las hombreras. Solo el fallo con la espada le privó de una bien trabajada oreja.

Pero no acabó ahí la jornada de Luque, que también puso todo el empeño con un sexto que, deseoso de rajarse, no dejó de puntear para alcanzar el trapo, lo que evitó el de Gerena en un trasteo de menos eco y menos limpio que el anterior.

Sus otros dos compañeros cumplieron el contrato a su manera, pues Antonio Ferrera no pasó de aplicar un correcto oficio con ese noble pero asfixiado primero y, aún con precauciones, pasaportó pronto, lo que se le agradeció, al insulso cuarto. No en vano, el próximo domingo tiene que echar horas extras con los seis de Adolfo Martín que matará en Las Ventas.

Miguel Ángel Perera, por su parte, cambió su brevedad con el afligido segundo por un frío destajo muletero con el quinto, que se entableró tras salir del peto del caballo y no tuvo ni una embestida de una mínima emoción, todo tan espeso como la presentación y el juego de la corrida.