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MADRID 3 FERIA DE OTOÑO

El hijo pródigo está de vuelta

El hijo pródigo está de vuelta

La última corrida de la Feria de Otoño en Las Ventas dejó en la retina del aficionado la buena imagen mostrada por Manuel Jesús El Cid, espléndido y muy resolutivo durante toda la tarde a pesar de no alcanzar el triunfo deseado por lo poco que le duró los dos toros de Adolfo Martín que le cupieron en suerte.

El de Salteras, hijo pródigo de la afición de Las Ventas, demostró ayer que sus conquistas de esta temporada en Santander y Logroño no han sido fruto de la causalidad, sino que traían detrás un arduo trabajo mental para recuperar sensaciones, sitio y seguridad en sí mismo, o, lo que es lo mismo, tratar de volver a ser el que siempre ha sido.

Y no hubo orejas simplemente porque sus adolfos se vinieron abajo muy pronto, dejando en agua de borrajas las buenas intenciones del sevillano, que anduvo muy centrado, muy sereno y muy de verdad con los sus dos oponentes, con los que logró los mejores pasajes de la función.

La actitud fue irreprochable. Lo hizo todo a favor de obra. Lució primero a sus dos toros en el caballo, se puso después en el sitio que hay que ponerse para acallar las voces más críticas y finalmente se puso a torear con temple, largura, empaque y por abajo, lo que se dice de categoría.

Su mansito primero lució un potable pitón derecho, por donde El Cid le robó un par de tandas de muy buena ejecución por lo despacio que lo hizo todo, lo seguro que se le vio y lo mucho que se gustó en la interpretación, especialmente en los remates de pecho. Pero fue ponerse por el izquierdo y el toro comenzó a negarse, obligándole a acortar distancias para robárselos (los muletazos) de uno en uno.

Y ya no hubo manera de remontar el vuelo, todo lo contrario, la faena fue diluyéndose mientras el toro acabó buscando también el refugio de las tablas. Entró la espada y saludó una merecida ovación.

El quinto, el más descarado de pitones, apuntó calidad en el capote, yendo con alegría a los dos encuentros con los montados. El Cid brindó al público una faena en la que, sin probaturas previas, se puso directamente por el derecho, de largo y en los medios. Las primeras series tuvieron tanto aplomo y seguridad como cadencia, ligazón y mando. Runrún en los tendidos.

Pero otra vez el toro empezó a quedarse demasiado pronto, dejando la miel en los labios a unos tendidos que también supieron valorar el esfuerzo que hizo el torero en un epílogo entre los pitones. Esta vez no funcionó la espada, pero así y todo el publico le volvió a sacar a saludar una ovación con sabor a reencuentro.

Esa fue la buena noticia de la tarde, la mala fue que el único toro bueno de verdad de Adolfo Martín, el primero, se fue al desolladero con las orejas puestas por culpa de la falta de acople de un desdibujado Rafaelillo, demasiado encimista y empeñado en acortar siempre los viajes del bravo y enclasado astado.

El cuarto fue el más complicado, y aquí sí lució más el toreo batallador y aguerrido del murciano, que, en su haber, hay que reconocer la gran estocada que cobró al segundo intento, lo mejor de su actuación.

Y Morenito de Aranda, con el peor lote con diferencia, pasó como una sombra por Madrid. Ni el inválido tercero ni el rajado sexto le permitieron resolver absolutamente nada. H

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