Fue uno de los primeros asesinatos en tiempos de confinamiento por el coronavirus. Concepción Tuñón, Conchi para sus amigos, fue encontrada muerta en el dormitorio de su casa. Ocurrió el 24 de marzo de 2020, con toda España encerrada en casa por la pandemia del covid-19. La investigación de la UDEV Central y la UDEV de León de la Policía Nacional resolvió el caso casi dos años después.

Conchi era la dueña del edificio de cinco plantas donde vivía, en la calle Obispo Almarcha de León. Ella ocupaba el segundo piso. Vivía sola. Era también la propietaria del bar Bamby, un local muy frecuentado por estudiantes, a la entrada del popular barrio Húmedo de la ciudad.

Estaba separada y tenía dos hijos. Fue uno de ellos el que encontró el cadáver de su madre, en el dormitorio de su casa, con las luces encendidas. La puerta no había sido forzada y sobre la cama había un neceser con 2.500 euros; en el suelo, el asesino había olvidado varios billetes de cincuenta.

Algo personal

Todo hacía indicar que se trataba de un asunto personal. La autopsia reveló que el asesino había dado 52 puñaladas a la mujer, la mayoría en el cuello y en la cara; 33 de ellas cuando ya estaba muerta, según la autopsia. En principio, la inspección ocular no encontró huellas, pero sí un gran charco de sangre, toda de la víctima según los primeros análisis de ADN.

Conchi tenía una relación estable con un hombre de 70 años, aunque vivían separados. Él fue el primer investigado. La mujer aparentaba menos edad de la que tenía y el hombre era celoso, incluso la vigilaba desde el coche cuando ella atendía a los estudiantes en su bar. Después de repasar antenas de teléfonos, cámaras de seguridad y su coartada, el hombre fue descartado.

Piso a piso

Los investigadores de la UDEV estaban convencidos de que el asesino tenía que pertenecer al entorno de Conchi. Que podía estar en el edificio. Ella era la casera de todos, aunque cobraba alquileres muy baratos y era flexible con los pagos. Incluso regalaba leche y alimentos a los hijos de sus inquilinos del primero.

Los policías repasaron de arriba abajo todas las plantas y a los inquilinos. En los dos portales del quinto piso vivían dos mujeres solas que pagaban una renta antigua, mínima.

Un piso más abajo, en el cuarto, vivían un ciudadano dominicano y, enfrente, un matrimonio marroquí

En el tercero vivía una mujer rumana que trabajaba de camarera en el bar de Conchi. Tenía un novio camionero que el día del crimen no estaba en León. En el piso de al lado vivía un matrimonio español con dos hijos, uno de ellos muy pequeño.

Conchi, la víctima, ocupaba el segundo piso y vivía sola.

En el primer piso residían dos familias: Una es la de una mujer, que tiene un hijo de 17 años, aunque por allí pasó mucha gente durante el confinamiento del covid. Enfrente está el piso de una familia de etnia gitana.

La ciencia ayuda

La ciencia vino en ayuda de los investigadores. Un especialista del Instituto Nacional de Toxicología decidió probar con otras técnicas de ADN, más complejas. "Cuando en la escena de un crimen hay mucha sangre o ADN nuclear de la víctima, a veces éste se come el ADN de otras personas que pueda estar allí en cantidades más pequeñas", explican fuentes de la investigación.

El experto de Toxicología decidió probar suerte ampliando las pruebas de ADN, no solo el nuclear, sino también la prueba del cromosoma Y. Si en la escena de un crimen se encuentra cromosoma Y significa que el autor es un hombre. Si esa muestra se compara con los sospechosos y da positivo no significa que ese hombre sea el autor del crimen, pero sí que el asesino es al menos un hombre de su familia.

"El técnico y los compañeros del Laboratorio de la Comisaría General de Policía Científica hicieron un trabajo formidable", recuerdan fuentes del caso, porque finalmente consiguieron extraer cromosoma Y del asesino, un mismo varón, en la escena del crimen, el interruptor de la luz, varias toallas del baño y en un grifo. También recuperó la misma huella genética en la sudadera que llevaba la víctima cuando la mataron.

Lista de sospechosos

Los policías tenían ya el cromosoma Y del asesino, tocaba compararlo con el de los candidatos a haber matado a Conchi. "Primero se descartó a su pareja, luego a su hijo; después fuimos mirando círculos más amplios”, recuerdan. Durante semanas, los agentes vigilaron y siguieron a los hombres y jóvenes que podían haber matado a Conchi para conseguir una "muestra atribuida" de ADN, (una muestra que les cogen sin que ellos lo sepan). La obtención de estas muestras, como dice uno de los investigadores, “es una herramienta que no está prohibida en España, siendo un vestigio abandonado por su titular que no incide de forma directa en la integridad física del implicado”.

Así, los investigadores fueron recogiendo muestras de ADN de los hombres vecinos y los inquilinos del edificio, también de varios estudiantes habituales del bar de Conchi, incluso del padre de una familia de gitanos rumanos que habían vivido en el edificio tiempo atrás.

Cigarrillos, tazas, mascarillas

Para ello, recuperaron botellas de Coca-Cola, colillas de cigarrillos, tazas de café e incluso mascarillas quirúrgicas utilizadas como protección contra el coronavirus, que utilizaron y tiraron los candidatos.

Los resultados fueron determinantes. El cromosoma Y era de Ángel, el vecino del tercero derecha, o de un hombre de su familia. “El cromosoma Y se halla únicamente en personas de género masculino y no permite individualizar de forma plena a un varón, sino a una línea paterna, es decir, padre, hermanos, hijos y primos del mismo abuelo paterno presentarían el mismo cromosoma Y”, explica el responsable de la investigación.

Se pudo confirmar que todos los parientes varones de Ángel vivían en la provincia de Valencia; además, en la fecha en la que sucedieron los hechos España se encontraba inmersa en un estricto confinamiento. Por tanto, el vecino del tercero derecha quedó como único posible "donante" de los restos biológicos en el lugar del crimen y la víctima.

El vecino y asesino de Conchi, en el momento de su detención.

Una perrita nerviosa

Lo cierto es que Ángel era el mismo vecino amable y curioso que había puesto a los policías sobre la pista de aquellos gitanos rumanos cuando les dijo que había visto a uno de ellos por el edificio después del crimen. El hombre vivía con su mujer, sus dos hijos y su perrita, de la que dijo a la policía que, la noche del crimen, se había puesto nerviosa y arañó la puerta porque oyó ruidos extraños.

Ángel, nacido en León hace 29 años, no tenía antecedentes graves, solo un viejo robo, no era un delincuente profesional. Tampoco un trabajador, apenas cotizó 18 días como barrendero municipal en León después del asesinato de su vecina. Tras el crimen, eso sí, dejó el piso donde vivía con su familia, aunque se instaló muy cerca de allí.

"Cuando la maté, no era yo"

El vecino del tercero derecha fue detenido gracias a su cromosoma Y, pero inicialmente negó el crimen. Luego, confesó ante el juez. Su historia es que estaba en el portal con su vecino del primero y con la casera, Conchi. Que ella le acusó de no pagarle el alquiler y que subieron a su casa para comprobarlo. El hombre afirma que Conchi amenazó entonces con echarlo de la casa. Que cuando ella entró en el dormitorio a buscar los justificantes de pago, él pasó detrás y la apuñaló con una navaja de pelar fruta. Que no sabe qué pasó por su mente: "no era yo cuando lo hice", explicó. Que después de matar a su casera se vio lleno de sangre y se lavó en el cuarto de baño.

El arma nunca apareció. Ángel contó que la había tirado en la calle. Que después de limpiarse la sangre de Conchi se fue a dar una vuelta por el barrio y compró dulces para sus hijos. Luego, regresó a su casa, se quitó la ropa, la metió en la lavadora y se duchó. Su mujer explicó que le había visto una herida en la mano, pero que él le dijo que se había cortado arreglando un patinete de su vecino del primero, Isaac.

Un sobre con 3.000 euros

Ángel está en la cárcel acusado del asesinato de su vecina. La policía continúa con la investigación, porque no cree que el motivo del crimen fuera ese supuesto desahucio. La esposa del asesino ha contado que su marido llegó a casa pocos días después con un sobre en el que había 3.000 euros en billetes, y que le explicó que lo había encontrado dentro de un coche que tenía la ventanilla bajada.

"Conchi, la víctima, llevaba a veces mucho dinero encima, de la recaudación del bar, y quizás la idea era darle un tirón y quitarle el bolso", explican fuentes policiales. De hecho, en la escena del crimen el bolso de la mujer apareció volcado, totalmente vaciado, hasta los peines. Quizás alguien dio la idea a Ángel de que sería fácil robar a su casera. Quizás otro vecino. Uno de ellos, el del primero, fue detenido por encubrimiento y luego puesto en libertad. Los agentes investigan ahora quiénes eran los que más contacto tenían con el asesino de Conchi.