Soraya no lo sabía. Pero cada segundo de estos 18 insoportables meses en los que su vida y su mirada se han ido vaciando de luz, desgarrándose por dentro y por fuera porque nadie le daba respuestas sobre dónde estaba su hija Wafaa, la tenía a 1.250 malditos metros de su puerta, de su cocina y de su salón. De cada rincón que ha ido llenando con fotos ampliadas con la sonrisa ancha, abierta, sin miedos, de la joven. "Ya no hay alegría en esta casa". Es una frase que Soraya ha repetido en cada uno de nuestros encuentros.

Desde la azotea de su casa, incluso se atisban las palmeras elevadas al cielo que rodean, a modo de oasis, la finca y el pozo donde Wafaa llevaba oculta desde la noche misma en que desapareció y fue asesinada, aquel domingo 17 de noviembre de 2019. Como faros mudos.

Hasta una semana antes de la detención de su presunto asesino, David S. O., El Tuvi, Soraya, la madre de Wafaa se aferraba a que estuviese secuestrada en la otra punta del mundo, pero la sentía muy cerca. También lo ha dicho cada vez que nos hemos visto. "A veces, me despertaba por las noches, porque oía tocar en la puerta. O en la ventana de la calle", la misma que se abre sobre la salita inundada con el perfume de hierbabuena y té donde estamos . "Me levantaba, porque la había escuchado decirme ‘Mamá, abre’, pero salía y no había nadie. ¿Sabes? Nosotros, los musulmanes, creemos que cuando una persona no está enterrada como debe, en contacto con la tierra, su alma no descansa. Flota sobre el cuerpo. Y ella venía a verme para decírmelo". Escucharla parte el alma.

Hasta una semana antes de la detención de su asesino, la soñaba reír, saltar, bailar... Wafaa le decía que no se preocupara. Empezó a hacerlo cuando en el último sueño la vio encogida sobre sí misma, de lado, en el suelo, con sus manos aferradas a las piernas de su madre. Llevaba un vestido rojo de arriba a abajo. Se aterrorizó. Su marido, Nabil, recuerda que "yo llevaba tiempo diciéndole que tenía que empezar a pensar en lo peor, pero ella me hacía callar".

"No pudo escucharlo, se desplomó"

De las cuatro entrevistas conmigo, solo en la penúltima, tres semanas antes del hallazgo de la joven, Soraya fue capaz de pronunciar la palabra "muerta". Y lo hizo con la voz queda.

A las cuatro menos cinco de la tarde del miércoles, 16 de junio, justo un día antes de que se cumplieran los 18 meses desde la desaparición, el guardia civil de siempre les llamó. Para anunciar que se iba a pasar por casa. Acababan de celebrar una gran comida familiar para festejar la vuelta de Nabil a casa tras una larga ausencia. Él supo enseguida lo que había. Soraya "no pudo ni escucharlo; se desplomó en la cocina". Los siguientes cinco días los pasó sedada. "La pinchaban cada día. Estaba fatal. Yo pensé que también se moría", describe Nabil con congoja.

Cuando localizaron el cuerpo, el jueves al mediodía, les avisaron para que no se enterasen por los medios de comunicación. Pero Soraya seguía negando. "No es mi hija. Es Marta. O a lo mejor, otra chica. No es Wafaa". El domingo, dos guardias civiles llamaron a la puerta. Los de siempre. Para comunicarles en persona que la prueba de ADN certificaba que se trataba de su Wafaa. "Hasta ese momento, Soraya no aceptó la realidad", detalla su marido.

Ahora, es un carrusel emocional. Sus ojos negros tan pronto destilan una ira primitiva que enseñan a la luchadora que es, como se nublan de una tristeza inabarcable. Pero algo tiene muy claro: "Quiero saber todo lo que pasó. Todo lo que le hizo. Y que no deje de pagar ni un solo día de cárcel por todo lo que le ha hecho a mi hija". Y se vuelve a romper: "¿Por qué? ¿Por qué le hizo eso a Wafaa? ¡Si era su amigo!". No le cabe en la cabeza. Su mirada casi hiere. Le doy la respuesta que la Guardia Civil aún no le ha dado. Busca algo de consuelo. Nabil asiente: "Sí, Soraya, sí, porque no quería nada con él. Hay hombres así". Los ojos de Soraya, cuajados de incredulidad, bailan de uno a otro.

Al dolor de la pérdida se suma ahora otro igual de lacerante: las calumnias que se han visto obligados a escuchar y leer sobre su hija. "¡Cómo se atreven a hablar de Wafaa, a decir si hacía esto o lo otro, si no la conocían! ¿Cómo es posible que digan eso en la tele, en las noticias, en los periódicos? ¿Cómo es que nos tenemos que enterar por lo que publican los periodistas?, sin saber siquiera si es verdad". Están escandalizados. Y dispuestos a ir a los tribunales. "Por favor, dilo, diles que quiero que dejen de publicar mentiras sobre mi hija. Pido respeto. Y derecho a su honor. Y a nuestro dolor". La súplica de Soraya no debería ser siquiera necesaria.

Otra pregunta. "¿Cuándo me la darán? Dime la verdad", inquiere. Ya sabe que son semanas. "Cuando me la den, no voy a seguir la costumbre musulmana. Quiero comprarle un vestido blanco, como una novia".

"¿Por qué nadie dijo nada? ¡Todos sabían cómo era; lo que quería! Y callaron"

"¿Que si conocía a El Tuvi ese? ¡Claro! Era de su grupo de amigos... Hablaba de él, y de otros chicos y chicas. Wafaa era muy alegre, muy sociable. Tenía montones de amigas y amigos, ¿Cómo íbamos a pensar que uno de ellos le iba a hacer esto?".

La madre no conocía al verdadero David S. O., ese que las amigas de Wafaa, y casi cualquiera de Carcaixent o la Pobla Llarga, identificaba como un tipo controlador, celoso y obsesivo con las chicas que le gustaban y que había sido detenido varias veces por maltratarlas. "¿Eso lo sabían? ¿Y lo dicen ahora?", explota Soraya, ofendida. "¿Y por qué no lo dijeron esas que se dicen amigas de ella cuando la Guardia Civil les preguntó? Sabían cómo era, sabían que quería tener algo con mi hija. Que estaba obsesionado con ella. Y se callaron...". Sus ojos se vuelven más negros. La acusación flota en el aire. Está justificada.

De él, recuerda "que venía mucho por aquí, por la Pobla. A veces Wafaa se iba a tomar algo con él. Otras veces iba a su casa. Venía a buscarla con el coche blanco y se iba a la casa esa del pozo, a comer con los padres. Un día de esos, llegó muy contenta, cargada con aguacates que habían cogido en la finca y que le habían dado para traerlos a casa". Agita la cabeza, abatida. Hundida.

"¿Es esa casa?", pregunta con los ojos muy abiertos cuando su marido se la describe. "¿Tú sabes la de veces que hemos ido a pasear por ahí? No lo puedo creer, aún no lo puedo creer. Tan cerca... Estaba tan cerca...".