Antes el 1 de enero nunca me pasaba nada. Era un dolor de cabeza y una parada de autobús vacía. Era el 7 por Costa Sol, sopa de fideos y un anochecer demasiado pronto. Era que nadie me tocara. La ropa en el suelo y el olor a tabaco en la chaqueta. Era un sonido. La flauta del niño de arriba. Una bolsa de té en el microondas. La taza olvidada. La persiana bajada. El alivio de soltar los zapatos. El mensaje que no llega. La bandeja de mantecados de papá. Un sello en la muñeca. La falta de periódicos. Es la historia que quiero escribir y no sé cómo. Salir a correr y creer que ya es suficiente. Nunca es bastante. Lo pienso cada 1 de enero. 

Lo pienso cada día. 

Antes el 1 de enero era querer que acabara el día. Ahora que sigan los años. Despertar en una tienda de campaña. Despertar con el horizonte. El mar. Despertar donde nadie lo hace. Despertar a las ocho y tres, debajo de un árbol, sin gaviotas y sin sueño. ¿Cuándo dejaré de estar en mi mejor momento? Despertar y hacerle una foto a un pescador. Despertar sin saber qué pasará en la noche. 

Autorretrato en Sierra Espuña (Murcia), el 1 de enero de 2022. JOSÉ JUAN LUQUE

Hoy empieza el año. La primera foto, la primera conversación, la primera caída. Hoy todo será bonito, incluso la ausencia. Estoy enganchado al estreno. ¿Recuerdas la primera vez que te rompieron? Fernando está solo, pero hoy más solo todavía. Sin legañas, sin peces en el cubo. Nadie le acompaña porque todos duermen en Puntas de Calnegre. Desayuno para calentarme las manos en el hornillo. 

Perfil de la etapa. JOSÉ JUAN LUQUE

El 1 de enero es un misterio, una nebulosa, un no existir, y yo cada año más enamorado. Enamorado del 1 de enero. Me enamoro de una fecha, en vez de enamorarme de una chica. Hay quien lucha contra la apatía del 1 de enero. 

Juan Pérez, 81 años, sale con su bicicleta cuando aún es de noche para visitar a sus cerdos. Pedalea por las afueras de Totana con zapatos, casco y pantalón corto. Será mi segunda y penúltima charla del día. A veces me abruman las palabras. Por eso me gusta el 1 de enero, hay poco de todo.

La noche del 1 de enero la recordaré como la noche en que sentí miedo. En el único bar abierto de Aledo me avisan de que en Sierra Espuña hay un sanatorio abandonado y que por las noches sale una mujer de verde y se escuchan voces de niños que murieron de tuberculosis. Yo no pienso en niños ni en mujeres, solo en esta desamparada carretera de montaña, que voy a dormir al raso, que aún me queda sol para ducharme con jabón ecológico, que me sobran aperitivos de la Nochevieja, el queso, las nueces, los anacardos, que ya ha oscurecido y sigo leyendo, los pies colgados del acantilado, la sierra, un punto de luz, mi foco, el saco listo, y todo es perfecto, la perfección del 1 de enero, lo he vuelto a conseguir, estar donde quiero, pienso. 

Retrato de Fernando, en su pueblo, Puntas de Calnegre. JOSÉ JUAN LUQUE

Y ahora puedo hablar con frivolidad de la noche, y vestirla todo lo bella que quiera: ¡Qué bonita eres, Sierra Espuña! Y podría decir que fue mágica, que solo había estrellas y arrullos, y obviar los gritos, olvidarlos, esconderlos, como escondemos nuestras vergüenzas, idealizarla, como idealizamos el dolor, pero no me sale, no consigo que se vayan de mi cabeza esos gritos, tres gritos seguidos, gritos del sanatorio, gritos que me paralizan, a mí, que no creo en nada, ni en las luces de esos dos coches que se acercan, las linternas apuntando a mi saco, y me quiero morir, me quiero ir, quiero escapar pero me quedo, me quedo pensando que nunca se va a acabar la noche, que dónde me he metido, que por favor no aparezcan más linternas ni más coches ni más gritos. Y me duermo, me duermo pensando que no voy a ser capaz de dormirme. Y sueño que me roban.