El Mar Menor, una laguna salada formada en la era terciaria y caracterizada por su gran biodiversidad, vive una situación dramática desde hace años, agravada por los 60 hectómetros cúbicos de agua dulce que entraron en su interior por los efectos de la gota fría de septiembre pasado. El agua y las toneladas de barro vertidas en este mar cerrado y poco profundo han generado una bolsa de agua sin oxígeno que ya ha ocasionado la muerte de tres toneladas de peces y demás animales marinos, entre ellos doradas, lubinas, anguilas, magres y langostinos.

La fauna de este ecosistema está sometida a un estrés máximo porque las aportaciones de agua han provocado que la salinidad del Mar Menor siga muy baja, que la turbidez se mantenga en parámetros altos y que la temperatura no suba. Estos factores han puesto la fisiología de los organismos vivos al límite porque las aguas turbias impiden que puedan alimentarse o respirar, dado que se les incrustan partículas en las branquias, según Ángel Pérez Ruzafa, catedrático de Ecología de la Universidad de Murcia.

El Mar Menor murciano tiene una superficie de 170 kilómetros cuadrados y una profundidad media de cuatro metros. Esta escasa profundidad ha favorecido la suave temperatura del agua, la concentración de sales y yodo, reconocidos por su valor terapéutico, y la presencia de una fauna piscícola y flora especifica que hacían de este enclave marino un lugar ideal. Comprende 73 kilómetros de costa en cuatro municipios: San Pedro del Pinatar, San Javier, Los Alcázares, y seis playas cartageneras. Es la mayor laguna costera del Mediterráneo occidental.

Hace una década, la comunidad científica alertó del deterioro progresivo del enclave, ocasionado por la sobreexplotación agrícola y acuífera así como por la dejación de la Administración a la hora de hacer frente a esta decadencia, que hasta el 2016 no empezó a ser tomada en consideración. Los ecologistas denunciaron el aumento de la turbidez de las aguas de la laguna, por las agresiones que recibe en forma de contaminación. Ello desembocó en la llamada sopa verde de materia orgánica, que provocó la desaparición de casi el 85% de la pradera sumergida de la laguna, daño al que hay que sumar el proceso de eutrofización causado por fertilizantes químicos procedentes de la agroindustria intensiva, la proliferación de pozos ilegales y la existencia de cientos de desalobradoras cuyos vertidos terminan en el Mar Menor, además de una construcción desmesurada.