Si hace un mes la fotografía de su lamentable estado dio la vuelta al mundo, la instantánea que da cuenta de su espectacular recuperación no le va a la zaga. El niño nigeriano de dos años, prácticamente moribundo, vagando por las calles después de ser abandonado por su familia al ser considerado brujo, luce ya rollizo y sonriente. Hasta el punto de que cuesta creer que se trate de la misma persona.
Es una historia de esperanza. No en vano, Hope -esperanza en inglés- es el nombre con el que le bautizó su máxima valedora, la persona que le salvó la vida. La danesa Anja Ringgren Lovén, fundadora de la oenegé Fundación de Ayuda a la Educación a los Niños Africanos, lo recogió de las calles de Uyo desfallecido,hambriento, sediento y comido por los gusanos. Prácticamente a punto de morir tras sobrevivir, a duras penas, de restos hallados en la basura. De hecho, la razón de ser de la oenegé es la de auxiliar a los niños víctimas de estas ancestrales creencias.
En una práctica bastante extendida en varios países africanos, los padres del pequeño lo habían expulsado del seno familiar al considerar que nada bueno podía traerles dada su condición de brujo. Anja le dio de beber, lo primero, y, tras envolverlo con dulzura en una manta, se lo llevó. No fue fácil devolverlo a la vida. Transfusiones de sangre continuas, unidas a una progresiva alimentación, higiene y cariño lograron lo improbable. Aunque a simple vista pueda sorprender una recuperación tan espectacular en tan poco tiempo, los cooperantes que trabajan con menores desnutridos lo constatan día a día.