RESUMEN DEL 2023

Los bloques y la masacre

Los hechos desmienten la apelación al espíritu de consenso de la Transición: ninguno de los grandes partidos está dispuesto a ceder

Un palestino, con su hija muerta tras un bombardeo israelí.

Un palestino, con su hija muerta tras un bombardeo israelí. / EFE / EPA / HAITHAM IMAD

En este 2023 en España, todo queda estigmatizado por los dos bloques, lo más parecido a las dos Españas -ay, don Antonio- que ni se escuchan ni se entienden ni se respetan, solo tienen como aspiración el poder. Unos, mantenerse en él; otros, recuperarlo. Que hay que amnistiar, pues taza y media; que hay que mantener bloqueada la Justicia, pues dale fuerte; que hay que mentir (una vez más), pues manos a la obra, que sale barato y es una de sus especialidades; que hay que ensañarse con el contrario, pues empleémonos con febril generosidad en la labor. Unos hechos que desmienten su ya cansina apelación al espíritu de la Transición, cuya clave fue el consenso. Aquí y ahora, ninguno cede. No hay voluntad real de pacto. No quieren perder (?), y quien pierde es España, los españoles. El resultado de las elecciones generales del pasado verano acentuó aún más esa política (?) de bloques y cada formación azuzó la polarización en la sociedad, dada su negativa a ponerse de acuerdo; no creo que se les hayan olvidado las encuestas del CIS donde se pregunta cuál es el pacto entre partidos políticos preferido por los españoles, pues desde hace ya unos añitos siempre sale el mismo. 

La irrupción de nuevos partidos, en la década pasada, alteró las reglas del juego y parecía que se podía avanzar en el progreso de los españoles, pero la propia ambición de los emergentes se les volvió en contra -menudo mantra- y Ciudadanos acabó siendo irrelevante; Podemos se acerca a la residualidad, y ha pasado de los 70 diputados de sus mejores años a los 5 de este 2023, y el siguiente en la lista de espera es Vox, que ya se aplica a ello y progresa adecuadamente. Posiblemente, esa polarización de la que abusan los dos bloques acabará pasando factura -el mantra otra vez-, que imagínense quién la va a pagar. Los de siempre.

El paisaje internacional también ha convulsionado. La guerra de Ucrania, aquí en el viejo continente, ha quedado solapada por otra, la de Israel contra Hamás, desatada bajo la advocación de rescatar rehenes y acabar con terroristas pero también bajo el manto invisible de la geopolítica. Gaza acumula demasiados miles de muertos, la mayoría de ellos civiles e inocentes -esas familias, esos niños--, y está convirtiéndose en un solar con olor a muerte bajo la mirada cabizbaja de una sociedad occidental que no ha sabido o querido alzar la voz con la suficiente fuerza ante esta limpieza étnica. Y mira que Occidente presume de valores. Será que le han impuesto el relato. ¿Dónde queda el equilibrio, el término medio? ¿Cuántos terroristas ha abatido el Ejército de Israel por cada palestino muerto por bombas o disparos? Estados Unidos, el eterno apoyo de Israel, le pide a Netanyahu en estos aciagos últimos compases de 2023 que levante el pie del acelerador de la destrucción masiva, de la aniquilación. Parece que ya, por fin, le pesan los muertos. Una vergüenza.

 ¿Qué guerra nos deparará este 2024 que ya principia? 

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