Llevamos dos años con el mundo cofrade algo bajo de moral por la ausencia de desfiles procesionales en nuestras calles, a consecuencia de esta lacra pandémica que tanto nos está acechando. Pero ni mucho menos, nos deberíamos venir abajo, sino todo lo contrario: Los «capillitas» y nuestras hermandades en general, tenemos que sentirnos más fuertes que nunca, pues sabemos que seguimos muy vivos dentro de la sociedad cordobesa.

A las pruebas me remito: Nuestros templos han estado abarrotados durante toda la Semana de Pasión, cumpliendo al máximo las medidas de seguridad y dando un gran ejemplo.

Porque en una cofradía, sacar un paso a la calle es algo secundario. Detrás hay una excelente y maravillosa labor de verdadera fraternidad, sacrificio y solidaridad con los más pobres, llevada a cabo a lo largo de todo el año, y eso es lo que el personal ajeno al mundo cofrade debe ver y valorar en una hermandad.

Desfilar por la vía urbana una tarde o noche de primavera es bonito, precioso, encantador... Pero la vida interna anual de una hermandad es mucho más apasionante. Más rica y aporta más a la persona humana, sobre todo, teniendo como guía a Nuestro Señor Jesucristo y a la Madre Virgen María.

Desde estas páginas doy mis ánimos, apoyo y colaboración a todas las hermandades cordobesas, esperando que este maldito virus acabe lo más pronto posibles con la ansiada vacuna, para que volvamos a disfrutar de muestras imágenes procesionales en la calle, luciéndose en todo su esplendor.