Opinión | Cosas

Auditorías marianas

La Iglesia ya advierte de que será difícil engrosar la lista de las seis apariciones canónicas

La Iglesia no da puntadas sin hilos. Cuesta trabajo pensar que es la casualidad la que se interpone en dos sucesos que la han colocado en el disparadero mediático. Por un lado está la rebeldía de las monjas de Belorado, un pueblo burgalés que tiene reminiscencias toponímicas con el telón de acero. Allí, a los pies de la sierra de la Demanda, una comunidad de clarisas amaga con un vocablo que tanto nos pirra a escritores e historiadores: el cisma. Han pasado de sus afamadas manos en el obrador a excitar la imaginación de los teletipos con viejunos modismos como sedevacantistas. Vamos, en lenguaje artúrico la Tierra sin Rey; y en argot vaticanista, cuchufletas a la silla de Pedro, que estas monjas gremlins consideran vacía desde la muerte de Pío XII. Ahí lo dejan.

En esta cesura eclesial no se ha hecho excesivo eco de las alarmas del empoderamiento. El relato pinta a unas monjas desvalidas, que guardan a pies juntillas las consignas de un obispo excomulgado; un bon vivant con bonete que sigue la estela de aquel obispo vietnamita que ordenó a los curas réprobos del Palmar de Troya. Pablo de Rojas instiga a las consagradas a darle un sofocón al Papa Francisco. Súbita añoranza de las misas en latín; de las mantecadas y de la iconografía carlista cuando la constante k parece ser la de siempre: el parné. Esta pedorreta a Roma se enraíza en el rechazo a una operación inmobiliaria.

El segundo acontecer es la regulación de las apariciones marianas. La misma semana en la que las clarisas cambiaban las 95 tesis de Lutero por unas fotos en Instagram, el Vaticano proclama un mayor control y estandarización en esta miscelánea de arrebatos místicos y fenómenos paranormales, siendo más contundente en esa evocación bíblica de separar el grano de la paja. La última reglamentación de estos trances databa de 1978, el tiempo de esplendor de la ufología y los transistores de medianoche, donde también se colaban los estigmas del padre Pío o la tolerancia de niñas que querían emular a Bernadette.

La Iglesia ya advierte de que será difícil engrosar la lista de las seis apariciones canónicas. Un Papa que proviene de la tierra de Borges, que ha de lidiar con el holograma de Evita y con estos nuevos mesianismos de carajo, quiere jalonar su pontificado con un acercamiento a la razón. Decisión valiente, cuando la inteligencia artificial y todo su ejército de algoritmos está preparada para sofocar con sucedáneos tanta hambre y sed de salvación. Los émulos de los pastorcitos de Fátima tendrían que pasar un riguroso sistema de acreditación. Porque la fe mueve montañas, pero también movilizará un cuerpo de auditores.

*Licenciado en Derecho. Graduado en Ciencias Ambientales. Escritor

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