Opinión | Cosas

Venezia

Para desgracia del ‘sanchismo’, le ha reventado el turbio asunto de la especulación con las mascarillas

La evocación es patrimonio personal de cada uno, pero al mismo tiempo uno de los mejores instrumentos para llegar a los demás, recordando y adaptando vivencias. Esta semana horrible para el sanchismo me ha remontado caprichosamente a los primeros años de los ochenta; al esoterismo de asistir a clases de Derecho Natural en la antigua morgue de la Facultad de Filosofía y Letras; los aspirantes a juristas realquilados mientras nos trasladábamos con nuestros fantasmas al edificio de Puerta Nueva.

El excéntrico y al tiempo brillante profesor Escalante memoraba la teoría del Männerbund: jóvenes sexualmente maduros que formaban cofradías para vivir andanzas y batallar. Ahí se agrupaban los Siete Infantes de Lara y el acervo legendario de la calle Cabezas. Es el serlo para contarlo que pobló los Libros de Caballería, con la recreación del mito artúrico como más conocido referente -por cierto, acaso la mejor versión fílmica de la Mesa Redonda es Excalibur, que se rodó en aquella época-. Nada tendría que ver este Gobierno feminista con ese cónclave andrógino que en una lectura actual destilaría misoginia y que, no obstante, inspiró el amor cortés. Nada, salvo la descomposición interna que turbó los días felices de Camelot. El líder, noqueado y sus Caballeros buscando en el Grial el talismán salvífico o, lo que es lo mismo, el elixir para una remontada demoscópica.

Para quebrar el cinismo de las predeterminaciones, bien está recordar la ductilidad de la voluntad popular, y más en el caso del presidente del Gobierno, acostumbrado a escapar como Houdini de sus agoreros. Pero la audacia ya no alcanza para blanquear esta sensación de final de ciclo, que apenas se sostiene con la percepción de la debilidad del Ejecutivo. Ojalá el cáliz de la amnistía fuese el tributo de la reconciliación. Pero todo apunta, con o sin Comisión de Venecia, que la voracidad de los nacionalismos es insaciable, siempre dispuestos a alimentar su victimismo y sus privilegios.

Para desgracia del sanchismo, en esta ocasión un clavo no ha sacado otro clavo. Le ha reventado el turbio asunto de la especulación con las mascarillas. Podría ser una cuestión abonada a la demagogia, como también lo es que nos toca el alma cualquier amago de corrupción relacionado con esos días trágicos y sagrados por el respeto hacia las víctimas.

Presunciones aparte, no pinta bien el discurso narrativo de los personajes, más propio de esa actualización de la picaresca que siempre encontró buen abrigo en esta España nuestra. Koldo García Aguirre no es precisamente la viva imagen del sueño americano, sino la güija digitalizada de la cultura del pelotazo; la que no renunció a la banda sonora de Julio Iglesias, a los cacharritos de la sobremesa para celebrar con un chinchín un buen acuerdo, y a esa capilla laica de los reservados de las marisquerías como el mejor de los confesionarios. Un poco briboncete el señor Ábalos cuando intenta imitar a Luis Eduardo Aute en su «pasaba por aquí» como coartada de su último encuentro con quien pasó, no de niña a mujer, sino de portero de güisquería a consejero de Renfe.

Ahora sí, hay que reconocerle al exministro la arrogancia de vindicar la honra, para cerrar el círculo de nuestro ancestro cultural. Espontáneamente surge una empatía hacia quien pretende emular a Gary Cooper como estrategia de defensa; aunque, vistas las ramificaciones del caso, comencemos a dudar de que el señor Ábalos esté solo ante el peligro. Para su suerte y su desgracia, Ábalos siempre tuvo una pose y una dicción de tipo duro; el cariotipo de a quien le endilgan lavar la ropa sucia y con el que fantaseamos que te impreque ‘tu sei un stronzo di merda’ tras las fumarolas de un cigarrillo. ¿Nos encomendamos a la Comisión de Venecia, o a los ‘figlios di troia’ de los Hombres G?

*Licenciado en Derecho. Graduado en Ciencias Ambientales. Escritor

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