Opinión | CIELO ABIERTO

Una puerta cerrada

Hay una escena de la película El coloso en llamas que siempre me impresiona. No es el edificio imponente convertido en una antorcha gigantesca sobre la oscuridad, ni la explosión final del depósito de aguas, aunque tenga imágenes potentes, como cuando los últimos que todavía están en el ático, y no han sido rescatados, se atan a unas columnas para no ser arrastrados por ese oleaje artificial que apagará el incendio, pero que también lo arrastrará todo, porque al otro lado del agua está el vacío. En esa escena que recuerdo, una pareja ha decidido aprovechar el bullicio de la fiesta de inauguración del rascacielos para encontrarse en el recogimiento de un sofá, en una habitación con la puerta cerrada. La delicadeza del momento nos describe una atmósfera: desentendidos del champán y la música, llenan el silencio del despacho con su intimidad. Pero algo les llama la atención, o les hace salir de ese ensimismamiento de susurros: quizá el humo que empieza a filtrarse bajo la puerta o calor que desprenden las paredes. Cuando él se decide a abrir, ve que toda la planta está incendiándose. Se envuelve en toallas mojadas y sale a buscar ayuda, pero le cae encima el techo con el fuego. Ella mira la ventana altísima y lanza un sillón para romperla. En un segundo ha cambiado todo. Este contraste entre la dulzura inicial y el infierno que estalla inexplicablemente es la perturbación que han padecido las familias del edificio quemado de Valencia, desde la llamada en la puerta de un conserje que se juega la vida para avisar a los vecinos, porque la alarma anti incendios no ha sonado. Es sabido que siempre hay que esperar lo inesperado; pero quién puede esperarlo de verdad cuando está entregado al goce de la normalidad. No debemos dar nada por sentado. Pienso en esos padres y en sus hijos, cuál es el verdadero precio de la vida. Pienso en todos, en sus momentos de antes, sus últimas palabras. El valor de un minuto con la gente que amas es una eternidad. 

* Escritor

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