Opinión | EL CUERPO EN GUERRA

Esta casa es una ruina

Hace tiempo que vivimos entre escombros o acaso en un decorado ficticio abandonado de la que fue nuestra casa. Nosotros mismos somos los restos de aquellos que una vez se amaron con la fuerza del supuesto «para siempre». Nos hemos instalado en un «¿y ahora qué?» para el que no hay una respuesta clara. Hay horizonte, pero el dolor impide verlo, coger perspectiva, ir más allá de esta punzada opresora en el pecho. Hasta respirar supone un esfuerzo estos días.

En la cuenta atrás del «ya no más», cada pequeño elemento ha comenzado su propia rebelión ante semejante tristeza: la cafetera hace rebosar el café de las tazas cada mañana, las tostadas siempre quedan negruzcas, la lavadora deja todo arrugado, la plancha no coge la temperatura suficiente... Es su reacción a nuestro «se acabó». Sabíamos que esto traería consecuencias emocionales a niveles estratosféricos, pero no calculamos bien que se sucederían tantos daños colaterales materiales.

Hay que deshacer el núcleo de dos vidas que ya no se encuentran en decenas y decenas de cajas. Lo peor son los recuerdos de viaje, los periódicos en lenguas extranjeras, las monedas de distintos países, las postales... Abrimos la caja donde hemos ido almacenando todo ello y, de repente, escuecen las manos, surgen sarpudillos por el cuerpo. Las velas de aniversarios pasados ya no encienden y apenas nos reconocemos en las fotos de un tiempo que no sabemos cómo ni cuándo comenzamos a dejar atrás.

Y, aún así, lo único que importa ahora es no olvidar respirar y seguir, seguir guardando cosas en cajas, seguir dividiendo fotos, seguir despertándonos separados, seguir alimentándonos en silencio... Realizar las funciones básicas del cuerpo por pura inercia, como cuando vas en bici y levantas los pies de los pedales y avanzas impulsado por la fuerza de antes. Ya no es tiempo de pedalear, sino de buscar refugios, como esa «cueva en el invierno» a la que canta Marilia, para no quedar sepultados entre cuadros que caen, gotelé que se desprende de las paredes, libros desparramados por todas partes...

No hay necesidad de apelar a la épica, porque no ha habido ninguna gran batalla: simplemente una gran llanura desolada. La tristeza del fracaso del proyecto de formar una familia, de una vida en común, de unir fuerzas para que remar no pese tanto cada día. En realidad, la casa no es la que está en ruinas, sino nosotros. Ella no es más que el reflejo de lo que cargamos dentro.

** Escritora

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