Opinión | Al paso

Ángel Campos Rufián

Ha sido elegido para dirigir proyectos de Casco Histórico, Festejos y Relaciones Institucionales

Cuando uno no le debe casi nada a nadie y todo a la Providencia, cuando uno con poco o con más no tiene que sonreír a la fuerza ni tampoco enfadarse con nadie para exigirle más, pues parece que se escribe con más libertad y por supuesto con menos prejuicios; la dependencia laboral en todas sus vertientes creo que limita al columnista. Lo digo porque hoy, aunque a priori pareciera que quiero favorecer unas determinadas siglas, a mí me da igual lo que a priori piense tal o pascual porque hoy todas estas letras van dedicadas a una bellísima persona. Este hombre se llama Ángel Campos Rufián, con el que tuve la suerte de compartir muchos momentos en la misma promoción de aquella facultad de Derecho de los noventa que fue maravillosa en todo. Si, maravillosa, porque, siento decirlo, el ambiente estudiantil tenía tanta carga de compromiso social y político de los alumnos que hacía que la Universidad fuese una especie de fuente masiva de líderes. Recuerdo aquella mañana, en el aula Magna, hoy desaparecida por falta de alumnado, en que un muchachillo con cara de santo, peinadito al lado y con gafas, hacía un estudio comparativo entre la familia romana y la familia gitana. Y desde entonces no le perdí la pista. Pasados los años, otra persona que conozco a la perfección tuvo un serio problema, y desesperado acudió a una central de seguros. Allí le dijeron que hablara con el director que estaba en un gran despacho del fondo: era él. Y él, solucionó un trágico asunto que afectaba a muchas familias con un sentido humanitario sublime, con lo difícil que es tener ese sentido en el ámbito de las compañías de seguros. El tiempo seguía su curso tan seguro como a veces inmisericorde y entramos en aquella década complicadísima de la crisis inmobiliaria en que se hundieron tantísimas empresas y tantísimos trabajadores. Tantísimos excepto Ángel; una mañana, tocaron a la puerta donde yo trabajaba en un despacho compartido y me lo cruce en mi vida de nuevo: hola Marcos, he decidido trabajar con abogado civilista. Su espíritu de lucha me impresionó, porque en pocos meses, lo que cualquiera tarda años, empezó a desarrollar y expandir su despacho con una maestría propia de veteranos, remontando el vuelo como un ave fénix (aunque tengo que decir también que sin mucho esfuerzo dadas las excelentísimas cualidades laborales y don de gentes que posee). Es decir, un auténtico animal laboral, tanto como empresario como trabajador. A la par un bloc de opiniones que creó tuvo millones de seguidores en todo el planeta. Y yo me decía para mí: «personas así son las que tienen que dirigir a la colectividad». ¿Por qué? Porque son capaces de crecerse en la adversidad, porque su creatividad no tiene límites, ni su ambición por crecer, pero, a la vez, su solidaridad con el pueblo es indiscutible. Él está felizmente casado con otra compañera de derecho, Mónica Parejo, que también recuerdo con admiración y cariño y, la verdad, yo no sé si detrás de un gran hombre hay una gran mujer o viceversa, pero la complicidad de este matrimonio es simplemente sagrada. Y del hijo de ambos, Angelito, no voy hablar porque es menor, pero solo decir que superará a sus padres en todo. Todo esto lo escribo porque hace poco me enteré de que fue elegido para dirigir proyectos de nuestro gobierno local como son Casco Histórico, Festejos y Relaciones Institucionales. Me ha alegrado mucho. Personas así nos hacen volver a creer en la política, una actividad tan importante como actualmente denostada. Por eso no solo le doy la enhorabuena a él por ser como es, sino también se la doy al Partido Popular de Córdoba y a su alcalde, Bellido, para que siga apostando por gente extraordinaria, es decir, por personas como mi Ángel: creativo, currante, agradable y, sobre todo, honrado hasta el tuétano.

*Abogado

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