Opinión | Caligrafía

Regalos

Acabo de ver un vídeo insuperable. Cinco jotas, gran reserva 20 años en barrica de roble, tope de gama, ultra 4k. Escena: padre de familia al lado del árbol de Navidad, con los regalos apilados a sus pies. Sonriente, colmillero, satisfecho con su existencia. Bata azul satinada entreabierta como un califa del amor. Llama a los hijos para que vean los regalos y entonces lo descubren: una caja de PlayStation 5 impoluta. El santo grial de los regalos adolescentes, el estatus, la llave a la competición global. El poder. Esos chavales engoriladísimos saltando con la caja, amándola, adorándola como a un tótem. El padre exudando satisfacción. Esos jóvenes desabotonados, comprobando el peso de la caja, que parece correcto. Los trozos de cartón volando, arrancados por un placer ciego y embriagador. Sacan de la caja, entonces, una PlayStation 4. El padre muerto de risa. Había metido su consola dentro y está gozando cada segundo del dolor estupefaciente de sus hijos. Uno de ellos se va. El otro queda con la consola en las manos. Se puede ver como la diosa de la venganza rompe el velo del mundo y se abraza a la cintura del tipo, ronroneando dulces destrucciones. Estrella la consola contra el suelo y su padre, el batín y la sonrisa súbitamente helados, enmudece y se enfada mucho. Es difícil hacerlo peor como ser humano sin cruzar la frontera del código penal, pero es muy divertido de ver.

Yo lo he advertido este año en casa: vamos a respetarnos. Hay regalos de mucha sensibilidad porque son una gestión de negocios ajenos, o sea, una exhibición de conocimiento de la otra persona en la que le regalamos lo que ella se habría querido regalar; y otros que pasan a ser una suplantación ilegítima, una usurpación, porque ciertas cosas se las tiene que regalar uno mismo (hay un momento que he vivido varias veces y es un instante perfecto, que es cuando intercambias regalos con alguien y los regalos son exactamente los mismos).

No es momento de cerrar fuertemente los puños, las monedas clavadas en las palmas como hierros de marcar; pero habría que evitar impulsos. Año tras año veo los expositores de Montblanc arrasados, por lo que cada paisano debe de tener una estilográfica de calidad superior en un estuche en un cajón, ediciones limitadas incluidas, aunque luego no se vea a nadie escribiendo con ellas. Yo creo que en la desesperación se confunden valor y precio, que incluso en el mismo objeto coinciden o no según la persona. Cabeza fría ante la financiación en 36 meses, generosos lectores. Desde hace unos años me obligo a reservar fondos para regalarme algo. Suele ser lo que no se me haya ido de la cabeza durante algunos meses, y realmente lo hago por no pensar más en el tema que por la posesión en sí, que es más entretenida como deseo que como realidad. Es un regalo que guardo en relativo secreto, porque forma parte de la gracia, como ganar la lotería y callarse como un muerto. Prudencia e indulgencia.

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