Opinión | al paso

Algo raro hay ahí fuera

No lo niego, cuando miras el tiempo pasado, que ya es más extenso que el tiempo que viene de camino, todos llegamos a la misma conclusión: existe algo raro ahí fuera. Algo raro que decide por ti mismo. Sí, hay algo ahí fuera que nos deja listos de papeles y que no podemos eludir. Porque cuando fallas, ves normal que lleguen consecuencias no queridas que no es que se asuman tan fácil, pero nuestro silencio nos da la bofetada que nos merecemos. Pero, ¿qué ocurre cuando crees que has acertado y vienen las contrariedades inesperadas? Pues que la frustración se atenúa con el estoicismo y la heroicidad. Y entonces no piensas que hay algo ahí fuera que no controlas, sino que simplemente has provocado, aunque sea en parte, la situación. Pero que ocurre cuando aciertas y además crees en Dios y, aun así, todo sale al revés. ¿Cómo se puede errar acertando la jugada? Pues ahí es cuando ese algo que hay ahí fuera te acaba comiendo las entrañas. En esos casos: ¿la vida no nos estará mandando un mensaje subliminal acerca de cómo debemos llevarla? ¿Y no será que este mensaje dice que no tengamos familia, que no tengamos amigos, que no tengamos hijos, en definitiva, que no amemos para que la vida no nos maltrate? Pero, ¿puede mandar la vida, con amaneceres preciosos, con el mar, con campos florecientes de girasoles, con el cabalgar hermoso de un potro toldo, o con esa sonrisa preciosa de una niña chica, semejante mensaje de no aferrarnos a nada para que la vida no nos haga daño? ¿Cómo puede mandarnos la vida a no amar para no sufrir, cuando el planeta azul y verde en medio de un universo oscuro, frío y muerto es tan digno de enamorarte? Es verdad que el que no ama nunca, jamás será utilizado ni engañado ni frustrado. Y así, ese algo que hay ahí fuera no puede controlarnos porque no puede conquistar una persona sin amor. ¿Queremos eso? ¿Queremos una vida que no sea traicionera a cambio de no amar a nadie? Nadie quiere sufrir; lo dice esa letra flamenca: «no niego que te he querío pero en el alma me pesa el haberte conocío». Pues miren, estoy ya a más de la mitad de mi vida, pero no puedo contestar aún a eso. Creo que en realidad no puedo contestar a nada. Porque una vida llena de entretenimientos y placeres, pero sin amor y sin sufrimiento, tampoco se puede decir que sea un calvario. Pero le pregunté a mujeres y hombres con más de ochenta años, qué preferían o qué hubieran preferido al respecto. Un precioso ejercicio de conciencia y estadística vitalista que la resistencia a ser una marioneta a pesar de acertar muchas veces me llevó a realizar. Y todas las ancianas y los ancianos me contestaron lo mismo: en la vida nunca aciertas ni acertando. Pero ya puestos, me dijeron que, para ellos, ese algo que hay ahí fuera y que no controlan son las ansias de volver a la juventud y la impotencia de ser imposible. Y sí, volverían con los ojos cerrados. Y aunque seis días sufrieran y solo uno amaran, ya merecía la pena vivir.

*Abogado

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