Opinión | parece una tontería

El sentido de madrugar

Descubrí que lo hacía para estar solo y ser consciente de la soledad y de su perfección

Madrugas por muchas razones, y con cada una el día adquiere un estilo u otro. Pero también puedes madrugar sin saber por qué, pues no tienes que ir a trabajar temprano, ni hacerlo desde casa, ni te despiertas muerto de hambre, ni has de acompañar a tus hijos al colegio, ni salir pitando a hacerte una analítica, ni retirar el coche de la zona azul, ni ninguno de los otros millones de cosas que cualquier día te expulsan de la cama al amanecer.

De hecho, es posible que tengas sueño, pero tú madrugas de todas formas, y por nada en concreto. Porque sí, porque se volvió en algún momento costumbre, y desde entonces fuiste olvidando lentamente la causa original, y no hacerlo quitaría sentido al día, o pensarías que algo va mal. Acatas una inercia, o la falta de sentido, o la nada. La nada, a veces, obliga. Hace algunos momentos llevaderos.

Solo sabes que pasa todas las mañanas: miras la hora, apartas las sábanas con arrogancia, te incorporas, sales del dormitorio, te diriges al baño, y a continuación, pongamos, te encierras en la cocina a preparar el desayuno, mientras constatas por la ventana que aún es de noche, y que se oyen los pájaros, y que va a hacer frío, o que lloverá sin parar, o que hará un calor infernal toda la jornada, eso no importa. Al otro lado de la puerta, si no vives solo, la familia continúa durmiendo, y ejerciendo una especie de inexistencia que da aún más valor a tu madrugón.

Durante muchos años yo pensé que madrugaba por nada, como si hubiese sentido en la falta de una razón, y que a lo largo del día hacía muchas otras cosas porque sí, por hacerlas, sin creer en la existencia de un motivo expreso, claro, conciso, fuerte, que guiase mis acciones. Pero ya descubrí --solo tuvieron que pasar unas pocas décadas-- que madrugo para estar solo, y ser consciente de la soledad y de su perfección, para contemplar el día todavía impoluto, sin que nadie, ni yo, le haya puesto los dedos encima. Madrugo para desayunar sin voces, en un silencio no domesticado, natural, que ni los relojes perforan o ensucian, y un poco para recordar lo bonito que era vivir solo, ahora que vives acompañado.

*Escritor

Suscríbete para seguir leyendo