Opinión | TORMENTA DE VERANO

Stop racismo

Son más casos de deportistas públicamente menospreciados por razón de su raza u origen

El caso de los insultos al jugador de fútbol Vinicius Júnior en el estadio de Mestalla, antes, durante y después del partido, son una secuencia más de la cadena de improperios que este jugador viene recibiendo de aficionados de diferentes hinchadas a lo largo de toda la geografía nacional. Y no es un tema menor ni un hecho aislado, sino la gota que colma el vaso, pues podríamos sumar muchos más casos de deportistas públicamente menospreciados por razón de su raza u origen.

Llegan ahora las lamentaciones y la condena posterior en numerosas instancias. Pero si nos preguntamos cómo hemos llegado hasta aquí, hay que sumar la concurrencia de, al menos, 4 factores. El primero es la impunidad generalizada de quienes cometen estos actos de forma pública. La Ley 19/2007 de 11 de julio, «contra la violencia, el racismo, la xenofobia y la intolerancia en el deporte» es clara prohibiendo tajantemente tanto las declaraciones, gestos o insultos proferidos en los recintos deportivos con motivo de la celebración de actos deportivos, en sus aledaños o en los medios de transporte públicos en los que se puedan desplazar a los mismos, que supongan un trato manifiestamente vejatorio para cualquier persona por razón de su origen racial, étnico, geográfico o social, así como por la religión, las convicciones, la discapacidad, edad, sexo u orientación sexual así como los que inciten al odio entre personas y grupos o que atenten gravemente contra los derechos, libertades y valores democráticos; como el castigo por la entonación de cánticos, sonidos o consignas así como la exhibición de pancartas, banderas, símbolos u otras señales, que contengan mensajes vejatorios o intimidatorios, para cualquier persona por las mismas razones. Sin embargo, los árbitros y los clubes son permisivos y la ley no se cumple a sabiendas con la consecuencia conocida: la ley de la selva y el pisoteo de la dignidad y los derechos de la persona. En segundo lugar, estos insultos xenófobos se dan en el contexto de otros insultos extendidos que se realizan contra árbitros y entrenadores y toda clase de protagonistas deportivos y, en general, de personajes públicos que sometemos a escarnio generalizado, que en nuestro país desde la reforma del Código Penal de 2015 están despenalizados. Es decir, puedes llamar «gilipollas» al entrenador de turno sin que tenga consecuencias penales, con lo que hemos desdibujado los límites del buen comportamiento y del honor personal con carácter general. Deberíamos de repensar si hemos avanzado despenalizando los insultos y somos con ello un país más educado y civilizado, pero me temo que no. En tercer lugar, existe un sustrato ideológico y cultural en algunos ambientes que legitima estas conductas, ya sea menospreciar a trabajadores extranjeros o insultar a los deportistas, o mofarse en las redes sociales o acusarlos de toda clase de males, o justificar las muertes fronterizas. El racismo y el segregacionismo ha sido un patrón cultural hegemónico en algunos países de culturas muy cercanas a la nuestra, como lo fue la alemana o la norteamericana, sin mencionar «la pureza de sangre» exigida para alcanzar puestos militares y eclesiásticos en nuestro país durante siglos. Patrones que, desde la creencia de superioridad de la raza se siguen repitiendo hoy donde, no siendo una sociedad racista, sin embargo sobre el 30 % de la población muestra rechazo a la presencia de extranjeros según las encuestas del CIS debido, entre otras razones, a la manipulación de la información y la intoxicación de la opinión pública. Por eso dichas conductas excluyentes son delictivas en nuestro vigente Código Penal y condenadas por la comunidad internacional, desde que la Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación Racial proclamara que toda doctrina de superioridad basada en la diferenciación racial es científicamente falsa, moralmente condenable y socialmente injusta y peligrosa, y de que nada en la teoría o en la práctica permite justificar, en ninguna parte, la discriminación racial, «convencidos de que la existencia de barreras raciales es incompatible con los ideales de toda la sociedad humana». Y en cuarto lugar, no debemos perder de vista que, según los datos del Ministerio del Interior, los delitos de odio han crecido en nuestro país el 28,62 % el último año, de los cuales casi el 36 % son delitos de odio de carácter racista o xenófobo, de los que sabemos que un porcentaje importante ni siquiera se denuncia. Teniendo en cuenta que en las próximas décadas se va a multiplicar la presencia de personas extranjeras en nuestra sociedad y que hoy, de cada 10 personas que nace en el planeta sólo 1 es de raza blanca, deberíamos de plantearnos ser mucho más exigentes tanto en una educación en la diversidad, compatible con las sociedades multiétnicas y pluri religiosas en que vivimos; como con ser mucho más rigurosos en el cumplimiento de las leyes que protegen la dignidad de las personas, los derechos básicos y libertades fundamentales de nuestro sistema democrático. Recuerdo aquí las palabras del premio nobel de la Paz, Desmond Tutu: «Si eres neutral en situaciones de injusticia, has elegido el lado del opresor». Ni un paso atrás. Stop racismo.

 ** Abogado y mediador

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