Opinión | TORMENTA DE VERANO

Cruces

La cruz no es un ornamento más que decora los altares, ni sólo un símbolo que colgarse al cuello

Aunque falten unos días, no se trata de esas cruces que pronto adornaremos con flores y macetas, y celebraremos al son de música alegre en plazas y calles de toda nuestra geografía acompañada de buenos caldos, que las penas con alegría siempre son menos. Tampoco es la cruz geométrica, emblema de muchas culturas que identificaba los cuatro elementos básicos de la naturaleza o los puntos cardinales, representada desde la Antigüedad y ya datada en el siglo XVII antes de nuestra era.

Sobre todo, hoy es un día grande en el devocionario popular, donde muchos pueblos caminan al Calvario para recibir la bendición de su Nazareno, sobre sus hijos, su salud, sus cosechas, sus proyectos. Por encima de tantas cosas que nos dividen, todos queremos lo mismo. La cruz no es un ornamento más que decora los altares, ni sólo un símbolo que colgarse al cuello. Sino que para los creyentes es el misterio del amor de Dios. «Mirad el árbol de la cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo», proclama la liturgia de la Iglesia. Hoy, 2.500 millones de cristianos de todo el planeta celebramos el Día mundial de la Cruz, con una mirada serena y reflexiva. Recordamos la cruz que lleva el Galileo camino del Gólgota en el primer vía crucis de la historia. En esa cruz del Nazareno presentamos todas nuestras cruces particulares, todas esas que no salen en el Facebook ni en Instagram, pero que cada uno porta dentro de su corazón. Las cruces de la soledad y los desengaños, de la enfermedad y las limitaciones, de las pequeñas o grandes traiciones, de las propias incoherencias, de las caídas en nuestros buenos propósitos y afanes cotidianos, de las incomprensiones y las tensiones a las que nos vemos sometidos. Esas cruces que nos crean heridas y cicatrices que van conformando nuestra identidad propia. Hoy es el día para mirar esa cruz desnuda que todos portamos, buscando sentido y cirineos a nuestro paso. Día también para recordar las siete palabras de Jesús en la cruz, que tanto se han pregonado y exaltado, que no son palabras de desdén, sino de esperanza: «perdónalos», «hoy estarás conmigo en el paraíso», «ahí tienes a tu madre», «tengo sed», «todo está cumplido», «en tus manos me encomiendo» y «¿por qué me has abandonado?», donde la fragilidad se identifica con tantas preguntas nuestras.

El mundo actual no quiere ni entiende de cruces. Huye de ellas. No vende el sacrificio, ni tiene buena imagen la frustración, que ya no se educa en los colegios ni en las familias, sino en la belleza, la juventud eterna, el éxito rápido y el pelotazo. Conseguir lo que queramos, lo antes posible y al menor coste. Pero la vida está llena de sendas escarpadas, de ‘cruces’ que no se combaten con ansiolíticos ni antidepresivos, sino con la fuerza interior, con la tenacidad de la esperanza y la confianza en que todo, afortunadamente, no depende de nosotros. Después de las derrotas y las cruces, los hombres se vuelven más sabios y más humildes, escribía Benjamín Franklin. Dice el papa Francisco que «la cruz parece decretar el fracaso de Jesús, pero en realidad, marca su victoria». Ciertamente no triunfan quienes carecen de problemas, sino quienes saben gestionarlos, convivir con ellos y transformarlos en fuente de vida. En la cruz «se muere para vivir», escribía San Ambrosio. La cruz como escalera y puente en un mundo lleno de ruidos, que no entiende nada. Hoy, paradójicamente, es un día de esperanza. Un día para comprender que, a pesar de todo, la vida y la historia tiene un sentido; para entender que no caminamos solos, para vivir con plenitud a pesar de tantas contradicciones, para seguir creyendo frente a tantas derrotas.

* Abogado y mediador

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