Opinión | al paso

Preguntar por Marina

Cuando uno empieza a añorar demasiado es que la vejez acecha ya. No me considero viejo, pero no puedo eludir que ya nadie me llame Marquitos. Y sin duda, mi época «del Marquitos» cada vez sé más que es mi patria. A uno le puede dar pudor que tus hijos y esposa, fundamentales hoy, pero inexistentes ayer, lean que la patria de uno es cuando ellos no estaban. Pero por el amor de Dios, no es nada personal. Mi vida no tendría sentido sin ellos. Pero aquel mundo de mi niñez fue encantador; primeros de los ochenta en el barrio nuevo de la Fuensanta, donde cientos de niños poblaban el atardecer absorbiendo para sí toda la belleza del ocaso y donde subíamos a casa bien entrada la noche y no pasaba nada porque nuestras madres, desde las terrazas de los pisos, nos veían jugando en el suelo con unas estampas de la liga de fútbol donde casi todos los jugadores, menos Simosen y Cunnigan, eran españoles. Pues bien, en esos días que en mi recuerdo tienen una luz difícil de explicar pero tan fuerte como la del foco del lujoso cine Fuensanta, que era el orgullo de un barrio obrero y donde a veces me dejaban entrar gratis porque mi padre era policía y en aquel tiempo ser policía era una respetable institución para la gente, como decía, en esos días iba caminando con mi bocadillo un verano de aquellos con el cogote sudando y soñando con las olas y vi pegado a una farola un folio escrito a mano que decía que «Preguntáramos por Marina». Por lo visto, esta señora organizaba excursiones a la playa, 6 de la mañana, 8 de la tarde. Aquellos viajes de ida y vuelta tan baratos fueron como un milagro tan bello como el mar para muchas familias. Viajes maravillosos donde, sin exagerar, los vecinos que hoy casi ni se conocen eran como una familia. Por supuesto, con peleas casi diarias de todo tipo: por la limpieza, por el ruido, porque a la vecina de abajo le goteaba agua del techo de la vecina de arriba, porque tu hijo llegaba a casa con el ojo morado que se lo había puesto así el hijo de la del quinto, o cuando cualquier abuela coraje de aquellas, con la seguridad y autoridad que daba la edad, alpargata en mano le había puesto la boca atrás a un nene que a la nieta le había tocado el culo. Pero esas peleas se olvidaban al día siguiente cuando bajabas a pedirle la bombona porque la tuya, a pesar de estar volcada, ya no daba más de sí. A lo largo de estos años, todos sabemos que todo ha cambiado. Aun así, el otro día me emocioné y casi me convertí otra vez en Marquitos, aunque fuera por un momento. Porque estando el internet este del copón omnipresente como el Espíritu Santo, en tiempos de papel cero y correos electrónicos a la velocidad de la luz, hace poco, como una visión divina, vi en una farola el mismo folio de un viaje de ida y vuelta con olor a sal, filetes empanados y tortilla y donde instaba a «Preguntar por Marina». Por eso, Marina, hoy desde aquí te homenajeo porque eres de las pocas que ha conseguido que nosotros los de entonces, al menos, tengamos fe en seguir siendo los mismos.

*Abogado

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