Opinión | EL ALEGATO

La nueva normalidad

Creo que no es esta la primera ocasión en la que aprovecho este rincón opinológico (al que trato de despojar del cretinismo que socava el saber escuchar), para manifestar que cada día que pasa me siento más desubicada socialmente, más desplazada de esa nueva normalidad, entendida como cualidad de la que muchos se jactan como si adaptarse a ella, aceptarla con agrado, incluso abrazarla, fuese la panacea para acabar con todos nuestros males.

Y es que cuando esa nueva normalidad, por la buena salud e inteligencia emocional de nuestros infantes, quiere borrar de nuestro calendario fechas dedicadas a la celebración del día de la madre o del padre, sustituyéndolos por eufemismos tales como día del progenitor gestante o no gestante; día de la persona especial o día de lo que la estulticia de esa nueva normalidad decida que es normal, está arrebatándonos a los abuelos de esos niños, seamos padres o madres del progenitor gestante o no, una parte muy importante de nuestra infancia.

Somos aquellos que, no encajando la educación recibida con esta nueva normalidad, hacemos un esfuerzo ímprobo por adaptarnos e incluso callar a veces por miedo a hablar y mear fuera del tiesto.

Somos esos abuelos que tuviésemos padre o madre, o no, bien porque hubiesen fallecido o porque cualquiera de ellos saliera un día a comprar tabaco y no encontrase el camino de vuelta a casa, ninguno salimos traumatizados porque en esas celebraciones tuviésemos carencias presenciales. Siempre hubo un tío o una tía, unos padrinos, una vecina o incluso un profesor que no dudaron en ejercer de figura paterna o materna ausente.

Somos esa generación a la que las descritas circunstancias nos hicieron fuertes de carácter. Nos enseñaron que la vida no trata a todos por igual y que si nuestros amigos tenían su familia completa y a nosotros nos faltaba alguien, el supérstite o el que simplemente quedó solo para educarnos, merecía nuestro respeto y admiración por duplicado porque hizo de padre y madre a la vez.

Y es que a pesar de nuestra trasnochada normalidad, aquí seguimos, como padres, madres o lo que quieran llamarnos, mientras se respeten nuestros recuerdos y costumbres. O sobreviviendo, esperando que la Administración nos dé cita para pedir cita, porque esa nueva normalidad también nos ha cerrado la ventanilla funcionarial.

* Abogada laboralista

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