Opinión | EL TRIÁNGULO

9M

Día 1 del enésimo año para y por conseguir la igualdad entre hombres y mujeres. Pasado el 8M y con la resaca de las divisiones políticas superada, seguimos con nuestras vidas. Madrugar, trabajar, llevar a los niños al colegio… Es fundamental la existencia de un día oficial de reivindicación, proclamas y visibilización, pero todavía es más importante luchar en el día a día. Las pequeñas batallas son las que hacen ganar la guerra.

Así que aquí nos hemos levantado en un 9 de marzo dispuestos a continuar con la rutina, pero con la garganta aún resentida de los gritos en la manifestación y algo irritada de repetir una y otra vez por qué sigue siendo importante salir a la calle a defender nuestros derechos. No procede volver a explicar que una sociedad igualitaria y feminista es una sociedad más justa, más avanzada y más rica; el que quiere verlo lo sabe y el que no, no hay argumento sólido que le haga cambiar de opinión a estas alturas. Así que no perdamos ni tiempo ni fuerza en esas causas perdidas empeñadas en hacer ruido para desviar nuestra atención de lo verdaderamente importante. Y ahí entra el día después. Ese día tras día en el que dedicar un poco de nuestra energía a llamar la atención de aquellos que sueltan un comentario o hacen algún pequeño gesto ofensivo contras las mujeres. Micromachismos. A menudo no son barbaridades, se trata de acciones más tímidas e insignificantes que dejamos pasar porque son una tontería.

Por ejemplo, cuando nos tratan de manera condescendiente y paternalista. Como si fuésemos señoritas indefensas que no sabemos qué hacer en determinadas situaciones más propias de un hombre. Cuando nos excluyen de conversaciones típicamente masculinas al creer que nosotras no entendemos de eso. Cuando alguien intenta hacerse el gracioso con un «tú de esto no sabes, cariño».

A todos ellos habría que explicarles con buenas palabras que no se trata de falta de capacidad, sino de ganas. Paremos cualquier tipo de actitud que sigue orientando a las mujeres por un camino y a los hombres por otro, a los que continúan sentando separados a hombres y mujeres en una reunión familiar y con los niños preferentemente más próximos a las madres que a los padres. Preguntemos al camarero por qué el cortado es para nosotras y el orujo para ellos. Probablemente no sepa qué contestar. Un acto reflejo, una suposición inducida por el subconsciente, quién sabe. Lo que en ningún caso debemos hacer es callarnos y dejarlo pasar. Los silencios acaban siendo igual de cómplices que los hechos. Y no hace falta ser mujer para denunciar esas actitudes, que un hombre se lo diga a otro puede ser más efectivo aún. Así que exijamos los 8M, pero levantemos la mano, todos, el resto del año.

*Periodista

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