Opinión | TORMENTA DE VERANO

Con acento andaluz

Andalucía es más que ese andalucismo advenedizo, de banderas y soflamas del siglo pasado

Inexorable llega el día de nuestra tierra. «¡Oh siempre gloriosa patria mía,/ tanto por plumas cuanto por espadas!/ Si entre aquellas ruinas y despojos/ que enriquece Genil y Dauro baña/ tu memoria no fue alimento mío,/ nunca merezcan mis ausentes ojos/ ver tu muro, tus torres y tu río/, tu llano y sierra, ¡oh patria, oh flor de España!» dice el soneto que escribiera Góngora. Andalucía es mucho más que ese andalucismo advenedizo y reciente, de banderas y soflamas del siglo pasado, que emula medirse con otras autonomías que se reivindican históricas. Juego en el que hemos caído traicionando a veces nuestra propia historia, mucho más rica, compleja y antigua.

Andalucía, la tierra pródiga en premios nóbeles o la que dio emperadores al imperio de Roma, le da «sopas con hondas» en historia y cultura a todos esos independentistas de nuevo cuño o a los del concierto económico diferencial, que necesitan de la España «confederal» para ordeñar la «vaca nacional» desde el victimismo del «España nos roba» y mirarse en el espejo de sus vanidades y avaricias.

Codiciada por todos los pueblos de la antigüedad por su riqueza natural, por su control del Mediterráneo, por su clima benévolo, por el trato amable de sus gentes, desde los fenicios fueron creando una huella cultural muy superior, empoderada con el desarrollo de la romanización y que culminó cuando Córdoba era la capital de Occidente y el faro de su cultura, con bibliotecas, médicos como Al-Gafegui, filósofos como Averroes o Maimónides, inventores y científicos como Abbás Ibn Firnás, precursor de la aeronáutica, cuando en otros muchos lugares de la Península que hoy parecen que son la quinta esencia, vivían en la oscuridad más absoluta. La colonización de América se fraguó desde tierras andaluzas, y durante siglos el oro de los galeones hizo de nuestra tierra la región más próspera de la geografía nacional, de ahí el tesoro patrimonial y monumental que exhibe. Sin mentar la lista interminable de pintores y literatos, filósofos, militares, artistas, prohombres y mujeres en todas las ramas de las ciencias y el pensamiento que enriquecieron a la Humanidad con sus aportaciones, y lo siguen haciendo. Sombra hecha de luz, que templando repele, es fuego con nieve el andaluz, diría Luis Cernuda.

La reivindicación de lo andaluz ha sido también su carácter laborioso, abierto, generoso y cosmopolita donde no caben ni se entienden esos separatismos endogámicos que apartan la bandera común o ningunean al jefe del Estado desde el odio y la cerrazón hechas descortesía. Durante siglos nos hemos mezclado con todos. Por eso aquí todos tuvieron y tienen cabida, y a todos los sitios emigramos los andaluces. Siempre nos hemos sentido herederos de un legado mayor, al que no hace justicia una división administrativa y competencial. Ser andaluz es mucho más que un acento y una autonomía, es una cultura y una visión de la vida y del mundo que hoy suma y no divide, que aporta y no lastra, que no es revanchista ni pone contra las cuerdas al Estado aunque sea la comunidad más poblada de España, que nos engrandece en la medida que la compartimos. Por eso celebremos sin complejos nuestro ser andaluz y despertarnos cada mañana en esta tierra. Nuestras raíces y fiestas, nuestra aportación al mundo, a la cultura, a la convivencia y a la historia. Cantada por Rafael Alberti, Lorca, Cernuda, Gala, Machado, Juan Ramón y tantos otros, de Andalucía al cielo.

** Abogado y mediador

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