Opinión | Entre acordes y cadenas

Veganos contra pescadores

La memez se ha convertido en la tónica general del debate público y los memos tienen mas altavoces

Sólo hay dos cosas infinitas -dijo Albert Einstein-, el universo y la estupidez humana, y no estoy muy seguro de la primera». Hoy, repasando las noticias de la semana pasada, me he dado cuenta de que, muy a mi pesar, el físico alemán tenía razón. La memez se ha convertido en la tónica general del debate público y los memos, que antes sólo soltaban sus esquizofrénicas arengas en las barras de los bares, junto a los beodos, ahora poseen altavoces tan potentes que su veneno se introduce en los oídos de toda la población. Culpa de las redes sociales, sí. Pero también, y sobre todo, de los medios de comunicación, que crean noticias donde no las hay y difunden lo que, a nadie, salvo que sea para echarse unas risas, importa lo más mínimo.

Prueba de ello es que, hace unos días, salieron a la luz las declaraciones, a través de TikTok, de una madre vegana que, con motivo de las tradicionales fiestas de carnaval que se celebran en los colegios, quiso denunciar al claustro del centro en el que estudia su hija por decidir disfrazar a los alumnos de pescadores. Esto, según ella, le hacía estar «absolutamente devastada», es decir, «que tiene entre ganas de llorar y quemarlo todo» porque vestir a su hija de un profesional cuyo principal cometido (agárrense) es cazar peces «atenta contra sus principios morales y éticos». El colegio, dijo esta señora, adoctrina a los niños con esta decisión, que es del todo incompatible con su veganismo animalista.

Resulta cuanto menos paradójico que la cuenta de TikTok de esta madre se titule «@veganaynormal». Porque la conjunción copulativa que aquí emplea está fuera de lugar. Vegana es, sin duda. Pero normal, eso es otra cosa. A no ser que consideremos normal la existencia de ranas con pelo, de unicornios de colores o, como en ‘La historia interminable’, de caracoles de carreras.

Como siempre ocurre, sus palabras dieron lugar a multitud de reacciones, unas a favor de su derecho a la idiotez, y otras, la mayoría, recalcando este sustantivo, aunque en forma de un más palmario adjetivo. ‘Twitteros’, ‘instagramers’, ‘youtubers’. Todos participaron en la merienda. Nadie quiso perder la oportunidad de aportar su granito de arena para la resolución de este dilema tan relevante para la sociedad. Miles de reproducciones del citado vídeo. Miles de comentarios. Y luego, la prensa. Y las radios. Y las televisiones. «¿Cuándo se pierde el juicio? ¿Cuándo se pierde, cuándo?», dijo León Felipe. Pues el momento ha llegado. Lo hemos perdido. Y esto ha ocurrido cuando, existiendo como existen problemas realmente importantes, noticias que merecerían ocupar la práctica totalidad del telediario, se llega a la conclusión de que uno de los temas que más interesa a los españoles es el caso de una madre que, obsesionada hasta unos límites enfermizos, necesitada de tratamiento, encabeza desde su monovolumen, teléfono en mano, una campaña para que, en el colegio, no disfracen a su hija de pescador.

Estos madrugadores hombres y mujeres, caña en mano, amantes de la pesca al curricán, no son más que viles asesinos de los mares, diabólicos seres que torturan a peces y crustáceos. Y para más inri, trasladan sus cadáveres a su casa y... ¡los asan!, ¡se los comen! Es terrible. Dan ganas de llorar... sobre todo al saborear esta lubina. A la sal, por supuesto.

Todo esto me recuerda al hilarante vídeo que circuló hace ya unos años. El de «les tres chiques» (no, no hablo en bable) que, en su granja ‘igualitariecologicodinámica’, separaban a las gallinas de los gallos porque estos, machos sexualmente activos y descontrolados, las violaban reiteradamente. Seguro que se trataba de insignes «miembres» del club de fans del politoxicómano cantante de punk Manolo Kabezabolo, que berreaba aquello de «¿Y usted qué opina del aborto de la gallina?».

En resumen, reivindico el retorno al bar, a las barras, el clásico sol y sombra de los experimentados bebedores. Y allí, en un entorno apropiado, sin móviles y sin cámaras, hablar de esto y de aquello, de la reproducción del berberecho verdigón en el río Miño, de la sexualidad de los cíclopes y las sirenas y de fútbol, sobre todo de fútbol, que carece de importancia, pero que siempre une.

*Juez y escritor

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