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a pie de tierra

Desiderio Vaquerizo

Riesgo y oportunidad

El Plan Estratégico Agenda Córdoba es una ocasión para corregir la deriva del casco histórico

El Plan Estratégico Agenda Córdoba, emanado de las numerosas reuniones multilaterales celebradas para su elaboración en el último año y recién presentado en sociedad, supone, junto al Plan para la Gestión del Casco Histórico, aún en el horno, una ocasión inmejorable para corregir la deriva de la ciudad con relación a su casco histórico -desde el punto de vista patrimonial, pero también humano-, denunciada de forma reiterada por vecinos y asociaciones ciudadanas incluso ante los organismos responsables de garantizar los valores y atributos de los conjuntos y monumentos declarados Patrimonio de la Humanidad, con el peligro que ello conlleva. A la gentrificación salvaje se suman, en diferente grado, el abandono, la suciedad, el ruido, las dificultades de acceso y del tráfico y, muy en particular, la ausencia de empatía con quienes lo habitan, encargados de mantener a capa y espada, y por lo que parece incluso a contracorriente, algo de su pureza. Hay quien habla de disneyficación, otros de parque temático, aquéllos de deterioro intolerable; y la realidad cotidiana lo refrenda a diario.

La apuesta tradicional por el espectáculo, los decibelios y las aglomeraciones humanas, incluidos en sentido amplio el turismo de masas y el ocio de borrachera, olvidando que en el casco histórico viven personas (entre ellas, muchos ancianos y enfermos), es reflejo parcial del ‘cortoplacismo’, la improvisación y la ceguera que en España suelen aquejar a la política, ajena con frecuencia al sentir profundo de sus gobernados, o eventualmente en manos de gurús de la ideología y el marketing que la conducen por sendas quizá rentables a corto plazo -también inciertas-, pero con hondas repercusiones en la sociedad. Es preciso evitar que el ruido ensordecedor se cuele en la intimidad de los hogares y altere la paz secular y serena de una ciudad admirada por su cultura; porque la cultura es respeto, y la libertad de cada uno empieza donde termina la del otro, permítaseme el encadenamiento de tópicos. El ruido agrede, y si alguien lo duda, que acuda a la normativa internacional al respecto y compruebe sus efectos en la salud. Poco a poco se está expulsando a los residentes, buscando, tal vez, liberar aún más inmuebles para turismo y hostelería; y este proceso, imparable y suicida, afecta incluso a los colegios más emblemáticos del corazón de Córdoba, que día a día pierden alumnos. Una aberración urbanística y patrimonial, a juicio de muchos, que terminará por provocar un trauma de primer orden e irreversible para la ciudad, víctima inocente de sí misma. Que nadie se rasgue las vestiduras cuando lleguen las consecuencias.

Vivimos tiempos de pan y circo exacerbados, de engaños y mentiras globales que se traducen en una pérdida progresiva de libertad y de derechos y menoscaban día a día nuestro lugar en el mundo mientras a unos se nos fríe a impuestos y otros se suben los sueldos; de supuesta, y paradójica, justicia social, que potencia la cultura del subsidio y penaliza el trabajo y el ahorro; de abusos y golferías por parte de una masa de indocumentados con más o menos poder que terminarán por robarnos hasta el alma. La sociedad en su conjunto lo está permitiendo, así que supongo que tenemos lo que nos merecemos. No obstante, duele comprobar cómo la esencia de la Córdoba milenaria, que nutre las claves de su propia naturaleza, es malvendida a diario en el mercado de las vanidades a cambio de nada, con el fútil, erróneo y maniqueo argumento de que el pasado no puede lastrar el futuro (¿...?) y que esta ciudad necesita reinventarse a sí misma, invocando de nuevo la tan manoseada cultura. ¿Cultura...? Más allá del escenario y la fiesta, cultura es el resultado de la vida acumulada, del hacer colectivo de un pueblo mientras transcurre sus días de forma serena, armónica y en paz, del saber y del querer, del sincretismo, del silencio y el respeto, de la fidelidad y la coherencia en pleno ejercicio de su libertad y sin imposiciones. Nada que ver con las desmesuras y el abandono, con los orines o las cacas de perro, con la contaminación acústica, con los palmitos y jaramagos enseñoreándose de los escasos vestigios que hemos conservado de nuestro pasado mientras se enarbola la bandera de un patrimonio del que ni siquiera se entiende su profunda semántica; porque más allá de lo que representa de herencia común, patrimonio es identidad y valor, y son muchas las generaciones de cordobeses que, con su pasar callado y su sabiduría, nos transmitieron con mimo y desvelos ese legado que ahora dilapidamos cual mercaderes de baratillo. Vivir en el casco histórico no es sólo disfrute; implica una responsabilidad ante la ciudad y ante el mundo, limitaciones de todo tipo y un conmovedor compromiso con la esencia secular de Córdoba y su más personal idiosincrasia. Por eso, expulsar a los residentes es el mayor y más terrible atentado que se puede cometer en su contra; y el tiempo y la historia nos lo reclamarán. Esto no implica en absoluto anclarse al pasado, sino ser responsables con él y usarlo como el potencial y formidable recurso de futuro que en realidad representa.

*Catedrático de Arqueología de la UCO

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